Capítulo cinco

martes, 30 de octubre de 2007

Yo no tenía mucho tiempo en aquel negocio de la cois. De hecho solo era el gato de Adrián y ni siquiera era el mejor, porque como ya dije antes, el favorito era el Pitus. Yo era uno más de los que llevaban el polvo, pero cuando uno tiene esa edad se siente el más cabrón del mundo, más cabron incluso que Pablo Escobar.

El simple hecho de sentirse aceptado por un grupo social, de querer ser parte de ellos y que de alguna manera te mostraban su aprecio (por ejemplo con el dinero) me hacía sentir grande, me hacía sentir bien. Ser el mejor en la escuela no era suficiente, de hecho no lo era, porque eso me lo guardaba bien adentro, no podía compartir mis logros ni presumir de ellos porque a nadie le importaba, y de hecho hubiera sido muy malo porque de por sí ya tenía una muy mala fama de cobarde, de rajón, de niño bueno; y si además hubiera demostrado que le echaba ganas a la escuela lo más probable es que los otros cachorros me hubieran deborado justo como lo hacen las crías de los leones con el más débil. Ser repartidor del Adrián ya me daba una categoría, un respeto y una entrada a la tribu.

Apenas éramos unos pubertos y aunque la malicia ya comenzaba a germinar en muchos, aún conservábamos bondad dentro de nosotros. Resulta pues, que Rubí, el homosexual tenía una hermana bastante bonita la pendeja, muy noble. Pero el destino es extraño y la depositó en la peor familia de la vecindad. Rubí, su hermano travesti que se prostituía, profesión que por supuesto había aprendido de su madre que trabajaba para el mismo padrote y orientación sexual que tomó gracias a las violaciones de su padre. A ella la habián bautizado ante Dios como Alejandra, pero el nombre había tenido una visión exquisita de su padre: "se llamará Alejandra, así cuando crezca entrará al negocio como Alexxxa", su padre era todo un cabrón, un hombre de negocios.

Alejandra tenía un novio que vivía en el barrio de arriba, que era donde vivían familias más acomodadas. Al tipo lo considerábamos un pendejo y seguido le ponchábamos las llantas de su carro cuando iba por Alejandra, pero más bien por hacer la daga, no porque nos cayera mal. El chavo era también muy noble como Alejandra, varias veces nos vió haciéndo pendejadas a su carro y en vez de molestarse intentaba ser nuestro amigo. Por supuesto chacales como nosotros lo único que hacíamos era darle por su lado y reírnos por dentro o a sus espaldas. Total, siempre nos compraba alguna pendejada en la tienda para hacer las paces. A veces yo sentía un poco de estima y lástima por él y le rayaba con menos fuerza el carro.

Alejandra tenía 17 años, sólo faltaba uno para que el cerdo de su padre la obligara a entrar al jale con Adrián, y la veíamos llorar por las tardes antes de que llegará su novio, nunca le había contado de eso. Pensamos que se le pasaría rápido, pero conforme avanzaba el tiempo ella lloraba más y más, a veces apenas tenía tiempo para enjugar las lágrimas antes de que llegara su novio. Quizá su belleza, su ternura o sus lágrimas movieron fibras que se estaban secando dentro de nosotros. Pitus, Juan y yo nos reunimos un día y platicamos el asunto: ella no merecía ese futuro. Entonces decidimos hacer lo que sería uno de nuestros últimos actos de bondad por aquellos tiempos, nos dirigimos a la casa del noble pendejo y le platicamos la situación. Su rostro no pudo ocultar la rabia que sentía, pero sus débiles puños sólo hacían que se viera más indefenso.

"Mira cabrón, este es el plan: hoy en la noche te la llevas lejos de aquí, bien lejos. Pero a poco crees que nomás vas a ir a dártela, ¡ni madres cabrón! si la quieres tanto te vas a casar con ella. No te pases de listo hijo de la chingada, porque así como te venimos a buscar ahora iremos a buscarte mañana para reventarte si andas con pendejadas. Ella te quiere un chingo.... No te preocupes, nosotros ponemos al tiro a su jefe si se te pone al brinco".

Cuando cayó la noche Alejandra bajó con una bolsa del mandado, ya tenía su ropa lista y una foto de su familia, nunca supe para que quería esa chingadera. Entonces llegó el falso Romeo en carro rayado y de llantas parchadas.

"¿Que traes ahí re-cabrona?" - preguntó golpeado el cerdo de su padre. "Nada papá, que voy al mandado"- dijo ella acongojada. "¿Tan noche? no te hagas pendeja, a ver, déjame ver"- Y le ganaron los nervios y se garró llorando. El debilucho de su novio trato de interponerse en el camino, pero el corpulento padre le arrebató la bolsa. "Y para que chingados quieres tu ropa para ir al mandado ¿eh, pendejita?, ¿tengo cara de baboso o que? ¡Y tú hijo de tu pinche madre te me largas como pedo o te parto el hocico!" El novio se estaba cagando por dentro, pero no se quitó, eso nos dijo que era bueno. El padre no dejaría ir tan fácil su próxima fuente de ingresos así que agarró un tubo que estaba tirado y los amenazó con el.

Las cosas estaban decididas y no serían de otra manera. Pitus, Juan y yo sacamos los fileros. "Mire viejo cabrón, no se meta o lo abrimos como puerco"- dijo el Pitus. "Ningúnos niñitos pendejos me van a decir que hacer, órale putos, no se metan" "Al tiro don Nati, que estamos hablando de huevos". Entonces nos dejamos ir sobre el ruco y lo surtimos a chingadazos. De repente nos tocaron buenos madrazos pero nosotros eramos más. Los fileros no los usamos como tales, nomás para los chingadazos con el mango, pero el ruco se escamó y se fue corriendo, soltando a su vez mentadas de madre y amenazas contra todos.

Alejandra huyó de su casa, sólo alcanzó a levantar la foto del suelo. Su ropa tirada eran cadenas rotas, cadenas que ya no la ataban a la vecindad, a don Nati o al Adrián. ¿Para qué quería la foto?.... ¿para qué?

Capítulo 4

viernes, 26 de octubre de 2007

Apenas estamos pintando los primeros trazos de lo que será la pintura. Apenas estamos bocetando la obra. Así que si ya empezamos a dibujar a las rameras, es justo y necesario que ahora dibujemos a los putos, a esos travestis que engalanan cada esquina por las noches y más de alguna mujer ha visto de reojo con desprecio sus piernas sin celulitis.

En la vecindad vivían dos homosexuales que ejercían la prostitución y formaban parte del negocio del Adrián. Uno de ellos se llamaba Ruben, Rubí para sus clientes, el otro se llamaba Grabriel o Gaby para sus amores de una noche. Algunas veces cuando el Adrian llegaba bien loco iba y se agarraba a la Rubí o a la Gaby, aunque más bien prefería a la primera. Llegaba todo tizado y a empujones metía a Rubí a su cuarto, era más el show de no meterse a la habitación que la resistencia que oponía Rubí pues ¡cómo le encantaba que lo joderan! Todo el relajo que armaba la Rubí era para llamar la atención de Gaby, pues aunque fuese su amiga siempre le gustaba demostrarle de una sutil forma que el Adrián la prefería a ella/él. La Gaby se hacía bien pendeja como que se pintaba los labios y hacía oídos sordos. Ya dentro de la habitación el escándalo era mayúsculo. Sillas arrastrando en el piso, resortes del colchón, algunas palabras soeces y luego un silencio absoluto. El acto no duraba mucho, supongo que no había previas caricias, supongo que había un buen lubricante en el tocador. Adrián salía con el sombrero en la mano, sólo despeinado del copete pero eso sí, siempre salía con la camisa fajada, era un chulo.

Rubí era alto, moreno claro, cabello negro y delgado. Si lo veías de espaldas dejabas salir algún silbido, incluso cuando se maquillaba bien daba el gatazo y ni por la mente te pasaba que fuera garrotudo. Sorpresa. El Gaby era regordete, moreno y chaparro, algo bastante bizarro cuando lo veías enfundado en su personaje de mujer, pero no por ello tenía menos clientes.

Al principio cada uno vivía en una casa distinta, pero luego decidieron vivir juntos, disque no sacaban para la renta y así sólo pagaban la mitad cada uno; ¡sí claro! Cuando decidían no trabajar para otros, lo hacían para ellos mismos y todo el pinche día y la noche se escuchaba su escándalo. Se peleaban porque uno se lo había hecho muy rudo al otro y no podría trabajar en unos días.

Lo que hace el perico. Adrián era el mejor mal ejemplo que pude haber tenido, verlo tan trincado buscándole el culo al joto... lo malo es que uno no aprende en cabeza ajena, aunque después de verlo tantas veces haciendo estupideces como esas me daban menos ganas de polvearme, sin embargo debo admitir que le entré a la cois un chingo de veces y no me acuerdo, no me quiero acordar, si alguna vez yo también me cogí a Rubí o a Gaby.

Capítulo Tres

miércoles, 24 de octubre de 2007



Adrián era el padrote del barrio. Moreno, estatura media, bigote de Tin Tan, usaba trajes blancos con sombrero negro o trajes negros con sombrero rojo, un diente de oro que no dudaba en presumir cada vez que podía: "pórtate bien conmigo carnalito, y yo me voy a portar bien con uste', trabaje duro, nomás así uno consigue cosas chingonas como ésta (señalaba su diente de oro)". Al principio traía un diente de plata, pero ante las burlas de todo mundo que le decían que esa no era plata sino fierro corriente decidió cambiarlo por el de oro. Era un chulo. Pachuco de vecindad.

"Pitus" y Juan eran mis amigos en la vecindad. Después de lo que me había sucedido yo era muy tímido, en cambio ellos eran muy abiertos y dispuestos a todo: un desmadre total. Aunque yo era todavía un niño sabía que ellos eran de esa manera sólo para escapar de la realidad de sus familias, disfuncionales por supuesto.

La hermana del Pitus era una de las rameras del Adrián y las malas lenguas (que eran la gran mayoría en la vecindad) decían que la mamá del Juan no se dedicaba precisamente a vender fruta, sobre todo si te pones a pensar que por las noches nunca hay puestos de fruta. Adrián siempre fue bondadoso con quienes le hacían favores, y tanto la familia del Pitus como del Juan siempre tenían varo. El Pitus era su consentido, desde que estaba más niño y cuando Adrián todavía no se convertía en el chulo, Pitus era el que llevaba "los encargos" y el futuro padrote siempre le daba unas buenas propinotas.

Cuando yo todavía no vivía en la vecindad a veces iba a jugar con ellos, el Pitus siempre me cayó mejor que el Juan porque Pitus nos disparaba los chescos, las papitas o cualquier otra porquería de la tienda. Nosotros sabíamos que el dinero se lo daba el Adrián, pero el decía que su "jefe" siempre le daba su domingo. Era un juego de palabras, porque la palabra "jefe" puede referirse a nuestro padre biológico o puede referirse a aquel que manda.

La vecindad era una gigantesca casa de putas. Era un pasillo largo que topaba en la casa del Adrián y daba vuelta hacía la izquierda en otro pasillo igual de largo. Las casas eran pequeñas y sólo unas cuantas tenían habitaciones extras, el piso era de concreto pintado de rojo y del lado derecho a la entrada tenía unas jardineras llenas de hierbas malas. El lugar era una paleta de colores porque cada casa estaba pintada de diferente color. Verdes con rayas marrón, azules, rosas, amarillas con rayas verdes enmarcando las ventanas, blancas y mugrosas. Dentro vivían diez o quince rameras, nunca estuvimos bien seguros porque nadie podía decir abiertamente: tu madre/tu hermana es una puta, aunque todos los supieran; así que mientras estábamos ahí todas y cada una de las mujeres en la vecindad eran las más respetables de la ciudad. Un requisito para ser parte del harem de Adrián era ser mayor de edad, y no las aceptaba porque tuviera una exquisita moral precisamente, mas bien Adrián no era muy político, era inteligente, eso sí, pero de tratar con la gente, de negociar o de hacer conexiones estratégicas no sabía ni puta madre por lo que prefería ahorrarse pedos mayores con la ley y descartaba manejar a menores. Cuando alguna chica de 15 años estaba interesada en el jale no podía hacer otra cosa más que esperar a cumplir los 18, mientras tanto tenía que perfeccionar su técnica de manera gratuita, es decir, primero tenía que ejercer la vocación antes que la profesión.

Las viejas lobas de la vecindad eran las manzanas podridas; ellas eran las que les metían ideas a las mas pequeñas: "No seas pendeja, pégatele al Adrián, ya verás que por una chupadita sacas lo del mandado que te chingaste en tonzol". Mari era una de esas pequeñas a las que trataron de convencerla de dar el culo por unos putos pesos, pero ella fue bien "macha" y las mandaba a todas a la chingada, las viejas putas siempre le decían pendejadas: "Pinchi Mari tan mocha, así no vas a llegar muy lejos". Mari tenía cuatro años más que yo, quizá por ello le tomé un cariño especial pues la veía como mi hermana mayor. Y es quizá también por estas cosas que no me gusten las mujeres mayores, prefiero a las pequeñas, esas que no saben nada y quieren aprender todo.

Capítulo 2

lunes, 22 de octubre de 2007


No parece de 14 años. Es rubia, de ojos color miel, su piel tan blanca como la porcelana. Sólo espero que no sea tu hermana, tu prima, tu hija, tu novia o tu amiga, porque ¿sabes? está a punto de caer en mis sucias manos. No hace mucho tiempo le he lanzado el anzuelo y picó de manera extraordinariamente rápida. ¿La imaginas? tierna, dulce, inocente... o quien sabe y sea más puta que Cleopatra. Uno nunca sabe con que clase de gente se puede topar, caras vemos y los culos, bueno, pues de los culos no sabemos más lo que nos podría informar un tercero chaquetero.

A la perra cárcel es a donde se supone que me llevarán si su padre descubre que salgo con ella... y si la follara... si la follara entonces si me metería en un buen pedo, pero vale la pena. Es que necesitas verla para entenderme, o es más, a lo mejor no lo necesitas, simplemente debes recordar a la lolita que tu conoces, y entonces sentirás igual que yo y estarás de acuerdo con que es un puto crimen que se pongan tan buenas a esa edad. Debería estar penado con arraigo domiciliario ese tipo de descabellados actos de la naturaleza que no hacen sino que los caballeros de mi especie salgamos de nuestros cabales y no deseemos otra cosa sino hacer a esas lolitas nuestras y luego compartirlas. Eso es lo que es, un puto crimen.

Los chavos del barrio me contaron que tiene novio. ¡Como si un pendejo de 18 años pudiera hacerme temblar! El cerdo ya rebasó la linea del gallinero, ya puede caer directito a la penal, el tipo debe ser igual que yo, y chacales de ese tipo lo único que estamos destinados a hacer es arrebatarnos los pedazos de carne sin importar quien lo haya conseguido. Además... a mi lo único que me importa es follarla, luego puede quedarsela él o el cabrón de su padre.

Lo que es un hecho es que no escribiré el día en que logre joderla, porque lo prometo: lo haré duro. Así que puedes imaginar el día, la hora y el lugar donde lo haré. Incluso puedes imaginar la posición y te prometo que no será la de misionero.

Y mientras la cerveza en mi escritorio va ganando temperatura, el sabor se torna amargo y el olor es parecido al de los orines. No puedo dejar de voltear a la ventana para ver si pasa agarrada de la mano del putito de su novio mientras discretamente ella mira hacia mi casa y me ve detrás de las cortinas translúcidas. Me encabrona la cerveza tibia.

Capítulo Uno





La primera vez. Esa es la más difícil de todas. Cuando besas, cuando cojes, cuando caminas, cuando te subes a una bicicleta, cuando vas en la escuela, cuando mueren, cuando matas... cuando escribes. Esa es la mejor parte de la vida, porque sientes. Después todo se vuelve monótono, plano, rutinario. Es quizá por eso que siempre buscamos cosas nuevas en el barrio. Es quizá por ello que necesitamos de la adrenalina.

Perdón por ser tan maleducado, mi nombre es... bueno, llámenme "Lover", bienvenidos al show. Dicen que tengo una vida poco común, y que es preciso contarla; yo simplemente respondo que más bien son ellos los que han tenido una vida gris, porque como yo hay muchos allá afuera, es sólo cosa de que vayan a buscarlos, a veces incluso ni eso es necesario, muchos como yo solos llegan.

Yo soy el Lover, soy exactamente igual a cualquier otra basura que camine por la ciudad, dicen que mi vida está llena de emociones y sí, no puedo negarlo, pero son sólo emociones mundanas. Mi vida es el show, tu show, yo soy el productor, conductor y protagonista. ¿Ególatra? , bastante, pues es la única manera que encontré para sobrevivir allá afuera. Respetable público, ustedes serán testigos de un show donde habrá bestias mas feroces que los leones, animales mas sucios que los cerdos, viboras más ponzoñosas que una mamba negra, amores que quizá hagan palidecer al mismo Romeo o a la puta de Julieta; seres capaces de transgredir los géneros sexuales en la naturaleza, cachorros más temibles que cualquier macho alfa, manadas que son capaces de destrozar ciudades enteras.

Tomen asiento, fúmense un porro, beban cerveza y disfruten del show.