Capítulo Tres

miércoles, 24 de octubre de 2007



Adrián era el padrote del barrio. Moreno, estatura media, bigote de Tin Tan, usaba trajes blancos con sombrero negro o trajes negros con sombrero rojo, un diente de oro que no dudaba en presumir cada vez que podía: "pórtate bien conmigo carnalito, y yo me voy a portar bien con uste', trabaje duro, nomás así uno consigue cosas chingonas como ésta (señalaba su diente de oro)". Al principio traía un diente de plata, pero ante las burlas de todo mundo que le decían que esa no era plata sino fierro corriente decidió cambiarlo por el de oro. Era un chulo. Pachuco de vecindad.

"Pitus" y Juan eran mis amigos en la vecindad. Después de lo que me había sucedido yo era muy tímido, en cambio ellos eran muy abiertos y dispuestos a todo: un desmadre total. Aunque yo era todavía un niño sabía que ellos eran de esa manera sólo para escapar de la realidad de sus familias, disfuncionales por supuesto.

La hermana del Pitus era una de las rameras del Adrián y las malas lenguas (que eran la gran mayoría en la vecindad) decían que la mamá del Juan no se dedicaba precisamente a vender fruta, sobre todo si te pones a pensar que por las noches nunca hay puestos de fruta. Adrián siempre fue bondadoso con quienes le hacían favores, y tanto la familia del Pitus como del Juan siempre tenían varo. El Pitus era su consentido, desde que estaba más niño y cuando Adrián todavía no se convertía en el chulo, Pitus era el que llevaba "los encargos" y el futuro padrote siempre le daba unas buenas propinotas.

Cuando yo todavía no vivía en la vecindad a veces iba a jugar con ellos, el Pitus siempre me cayó mejor que el Juan porque Pitus nos disparaba los chescos, las papitas o cualquier otra porquería de la tienda. Nosotros sabíamos que el dinero se lo daba el Adrián, pero el decía que su "jefe" siempre le daba su domingo. Era un juego de palabras, porque la palabra "jefe" puede referirse a nuestro padre biológico o puede referirse a aquel que manda.

La vecindad era una gigantesca casa de putas. Era un pasillo largo que topaba en la casa del Adrián y daba vuelta hacía la izquierda en otro pasillo igual de largo. Las casas eran pequeñas y sólo unas cuantas tenían habitaciones extras, el piso era de concreto pintado de rojo y del lado derecho a la entrada tenía unas jardineras llenas de hierbas malas. El lugar era una paleta de colores porque cada casa estaba pintada de diferente color. Verdes con rayas marrón, azules, rosas, amarillas con rayas verdes enmarcando las ventanas, blancas y mugrosas. Dentro vivían diez o quince rameras, nunca estuvimos bien seguros porque nadie podía decir abiertamente: tu madre/tu hermana es una puta, aunque todos los supieran; así que mientras estábamos ahí todas y cada una de las mujeres en la vecindad eran las más respetables de la ciudad. Un requisito para ser parte del harem de Adrián era ser mayor de edad, y no las aceptaba porque tuviera una exquisita moral precisamente, mas bien Adrián no era muy político, era inteligente, eso sí, pero de tratar con la gente, de negociar o de hacer conexiones estratégicas no sabía ni puta madre por lo que prefería ahorrarse pedos mayores con la ley y descartaba manejar a menores. Cuando alguna chica de 15 años estaba interesada en el jale no podía hacer otra cosa más que esperar a cumplir los 18, mientras tanto tenía que perfeccionar su técnica de manera gratuita, es decir, primero tenía que ejercer la vocación antes que la profesión.

Las viejas lobas de la vecindad eran las manzanas podridas; ellas eran las que les metían ideas a las mas pequeñas: "No seas pendeja, pégatele al Adrián, ya verás que por una chupadita sacas lo del mandado que te chingaste en tonzol". Mari era una de esas pequeñas a las que trataron de convencerla de dar el culo por unos putos pesos, pero ella fue bien "macha" y las mandaba a todas a la chingada, las viejas putas siempre le decían pendejadas: "Pinchi Mari tan mocha, así no vas a llegar muy lejos". Mari tenía cuatro años más que yo, quizá por ello le tomé un cariño especial pues la veía como mi hermana mayor. Y es quizá también por estas cosas que no me gusten las mujeres mayores, prefiero a las pequeñas, esas que no saben nada y quieren aprender todo.

1 comentarios:

Yo soy ella dijo...

uyuyuyyyy esto se ve interesante, me gusta, me gusta, me guuuusta!!!