Capítulo 12

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Ese día era su boda con el puto cadetito. Se fue rápido de la habitación para maquillarse, peinarse, vestirse y todas esas pendejadas. Ya hace mucho que el cadetito y yo nos conocíamos, él estaba en el escuadrón antinarcóticos.

Saqué las canalas, limpié a maría y la envolví en un perfecto cigarrillo, sellé con un poco de saliva y lo prendí. Me lo merecía, me merecía ese pinche gallo.

Fui a dar un pequeño paseo por la ciudad. Incluso en días de fiesta como lo era la boda de Elizabeth, tenía que trabajar, era un hombre de negocios. Hice las entregas que tenía que hacer, cobré los dineros que tenía que cobrar y estaba listo para ir a escoger mi traje.

Don Sebas ya había escogido algo por mí, así que sólo fui a que me tomaran bien las medidas y en unas horas estaría listo. Regresé a mi cantón y me eché un buen baño. Armando tocó a la puerta y me dio el traje, le di su propinota, una buena raya de “Escorpión”, andaba de buenas. Terminé de ponerme paquín, salí a la calle deseando que pasara rápido un taxi, no quería que me vieran vestido de esa manera tan ridícula los del barrio y para mi buena suerte en cuanto me paré en la calle pasó un taxi vacío. Le di la dirección y por fin llegué a la fiesta. Al diablo con la misa.

El lugar estaba repleto de generalitos, capitanes, sargentitos de mierda. Ahí estaba Rodríguez, el cabito lamehuevos; Valencia, el sargentito del bigote de puto; Herrera, el general que se sentía muy chingón. Todos me voltearon a ver: ahí esta el pendejo ese de Lover. Mi sonrisa cínica los hizo ponerse tiesos como una piedra, y los saludé moviendo la cabeza. Lo siento hermanos, este día se van a tener que quedar bien sentados. No iban a echar a perder la fiesta del cadete Morales ¿verdad?. Si el cadetito de mierda no hubiera sido el sobrino del politiquillo ese, seguro ahí mismo me la hubieran armado buena, pero no era así.

Luego se pusieron a pistear y como que se les olvidó. Hasta el cabo Rodríguez fue a pedirme una línea. Hasta dos mi cabo Rodríguez, faltaba más. Y le regalé de la más pinche corriente que traía, la de 70 pesos el gramo.

Verla con su vestido blanco al lado del pendejo ese no me hacía bien, pero encabronarme con el estómago vacío tampoco era saludable, por lo que esperé a que sirvieran la comida. Pollo parmesano con salsa chipotle, arroz y puré de papa de guarnición. Deme otro por favor, es que la persona de esta silla se fue al baño. Y me chingué otro plato. Ya enfiestado le seguí con la botella de tequila y hasta saqué a bailar a las primas. Pasame tu número, que yo te llamo, y esto que lo otro, vámonos a los oscurito. No ahorita no.

El aire ya estaba rancio, era hora de que el galán pegara carrera. Felicidades Elizabeth, espero que te la pases de lujo en tu luna de miel. Luego abracé al novio firmemente, él intentó hacerlo también con más fuerzas para demostrarme que no se rajaba, pero la calle es más cabrona que sus entrenamientos de militarcito, y gané la batalla de abrazos; luego me acerqué a su oído y le dije: te deseo lo mejor. Gracias.

No volteé para atrás ni un instante. Seguí firme mi camino hacia la salida, me partía el alma verla con su vestido, al lado del pinche cadetito. Quería largarme rápido de ahí, quería un taxi pero ya, y justo cuando pise la calle, pasó un taxi vacío.

Llegué a mi casa y cuando estaba abriendo la puerta pasó el Gonzo. “Que peeeedo pinche Lover ¿por qué tan paquín?” . Así soy yo. Y cerré duro la puerta, para que no me molestara nadie.

Después de tantos tiempo, creí que mis lagrimales ya no servían, pero esa noche me di cuenta que estaban como nuevos, tantas pinches lágrimas no me dejaban absorber bien la coca. Eché a perder dos líneas de mi mejor mercancía, pero no hay pedo, me aliviané con la tercera.

Capítulo once

viernes, 23 de noviembre de 2007

Después de apagar la luz, me acerqué lentamente a la cama. Ella estaba sentada, distinguiendo mi silueta contra la luz que entraba por la ventana. Cierra la cortina. Me levanté y cerré la cortina. La oscuridad era completa, ahora para poder llegar a la cama otra vez tenía que ir tanteando con las manos al frente y dando pasos cortos con el pie derecho dirigiendo el camino. No estaba acostumbrado al acomodo del cuarto.

Cuando por fin regresé a la cama pude notar su presencia, su calor. Mi mano atravesó el mar de sábanas hasta que llegó a su pierna tan suave. Ella se estremeció un poco, sentí que intentó quitarla pero inmediatamente la regresó a donde estaba. Mis manos curtidas después de tanto tiempo, tantos callos malditos que no me dejaban sentirla en todo su esplendor. Volteé la mano para poder tocarla con la parte externa que era más sensible y seguí mi camino. Luego en el hombro derecho sentí las caricias de su mano, luego en el cuello. Mi mano ya estaba en su cintura, su otra mano en mi hombro izquierdo. Ahora tocaba su espalda y con delicadeza la atraje hacia mí.

No besé directamente sus labios, primero besé su mejilla. Incrementé la fuerza del abrazo y sentí sus senos contra mi pecho. Mis labios buscaron su oreja y exhalé en ella. Mi lengua en su lóbulo derecho. Y por fin ella hizo lo suyo para con mi cuello.

Tomé con delicadeza su seno y pasé toda la palma extendida de mi mano, su pezón pasó por en medio de mis dedos y el pulgar le regresó la gentileza. Por fin mis labios tocaron los suyos y su dulce aliento me invadió. Fundidos en la negrura de la noche, irradiando luz propia.

Después toqué sus piernas, pasé mi mano desde la rodilla hasta la entrepierna pero no toqué su sexo. La tomé de la cintura para voltearla, le pedí que se pusiera de pie y cuando lo hizo la abracé por detrás. Besé su espalda baja y sus nalgas tan firmes, besé cada centímetro de ellas mientras acariciaba su ingle. Eso le gustaba.

Se volteó en un arrebato de sensaciones y me tumbó en la cama de nuevo, se sentó encima de mí y comenzó a besarme todo. Luego su mano tomó mi miembro firmemente y comenzo a moverla rítmicamente. Besé sus senos; con la lengua escribia una "o" en sus pezones rosados. Hubiera querido tener mil brazos en ese momento. Mi mano fue directo a su pubis y acaricié el terciopelo.
La giré y ahora fuí yo el que quedó encima de ella. Besé su vientre, su ingle... la besé. Y mientras subía lentamenta de nuevo por su vientre, sus senos, su cuello... mis brazos iban abriendo sus piernas. Al mismo tiempo que llegué sus labios la penetré. Dejó escapar un pequeño gemido y noté que no podía seguir besándome por unos momentos. Me hice para atrás, luego para adelante suavemente. Exhaló de golpe. Y la historia se repitió una y otra vez.

Explotamos casi al mismo tiempo, pero no paré y apenas unos segundos más tarde también lo hizo ella. La besé para absorver su gemido, en parte para que no nos escucharan... en parte para quedarme con su alma. Todo lo negro de la noche se convirtió por esos instantes en una luz cegadora que al igual que la oscuridad nos envolvía a los dos, aferrados como uno sólo. Luego nos quedamos ahí tendidos, sin hablar. Estaba exhausto, pero dormir podía hacerlo cualquier otro día. Estuve ahí abrazándola y respirando el olor de su cabello.

Amaneció, ella tenía que irse. Yo no tenía tanta prisa así que la observé vestirse, justo cuando iba a abrochar el último botón de su blusa, se quedó muy quieta mirando por la ventana. Me paré y me acerqué para ver lo mismo que ella. Pero no estaba viendo lo que hay fuera, sino lo que estaba dentro y dejó escapar unas lágrimas. La abracé por la cintura y le susurré: no es tu culpa... es que estabas muy sola... es que estabas muy sola.

Capítulo 10

martes, 20 de noviembre de 2007

El Ches presumía a todos los del barrio que "la Azu y la Perla" se habían peleado por él, andaba muy alzado. Siempre rodeado de sus amigos igual de pendejos que él. Toda la semana tenía presumiendo al pleito.

La Perla no había quedado muy contenta con el pendejo, porque al fin y al cabo la había dejado para irse con Azu, y cuando se dio cuenta de las habladurías del Ches, se encabronó mucho más. No es bueno hacer enojar a una perra rabiosa.

Sería nuestro primer trabajo como golpeadores. Excitante, la primera vez, y lo mejor de todo sería que nos pagarían por madrear a un baboso que de cualquier manera lo haríamos gratis y por puro placer. "Aquí están Pitus, 350 pesos, chínguenselo, pero si mañana lo veo caminando por aquí le voy a pagar a otros cabrones para que les metan una putiza a ustedes" "No te preocupes Perla, vamos a hacer bien el jale".

Pitus le había dicho a Perla que ya teníamos experiencia en esto. La verdad es que yo no, apenas me había peleado un par de veces y me habían partido el hocico, aunque iba agarrando callo y entre ver pelear a los batos del barrio y las madrinas que me ponían al menos ya no salía tan chingado. Juan y Pitus eran muy buenos para el trompo (golpes), era de lo que vivían en la secundaria, así que por esa parte era verdad, ya tenían experiencia, pero era la primera vez que lo harían por el pago de un tercero. "No hay cuete, están re-pendejos", dijo el Pitus. Él se había quedado con 150 varos, Juan con 120 y yo con 80. Pitus era el cabecilla y el más cabrón en los chingadazos, por eso se había quedado con más feria.

Se juntaban en la cuadra donde vivía el Ches, de hecho todos vivían en esa misma cuadra. Creían que por el simple hecho de ser muchos, unos buenos para nada y vestir holgado podían formar su crew.

-¿Cual es tu raya?
- Dyal zero
- ¿Qué significa?
- Rayo eso porque me gustan las letras, no por el significado
- ¿Cual es tu raya?
- Susto
- ¿Qué significa?
- Se me hace hido.
- ¿Cual es tu raya?
- Hempa
- ¿Qué significa?
- Nomás me gustó como se oye.

Pinches cagados.

"Lleven el filero pero no lo saquen, les vamos a dar a puro trompón. Si se ponen bravos no saquen filero. Si sacan filero es para usarlo." La orden estaba dada. Lo acepto, tenía miedo, tenía miedo de ser madreado por unos pendejos y tendría que cargar con ese peso por siempre, pero no me podía safar, es más, no me quería safar, así es como se llega alto. "No se fracasa si existe un comienzo" cantaría años más tarde Control Machete.

Agarramos la 604. Nos bajamos en "El Pollo Feliz". El lugar estaba como a dos cuadras. Cuando doblamos la esquina los vimos a lo lejos, y ellos nos vieron también, se habían sentido ofendidos porque estábamos invadiendo el territorio de "los Tizos. El más gallito se puso al frente, era el Ches. El wey nos conocía, sabíamos que eramos de la vecindad y que cualquier bronca teníamos atrás al Adrián, al Zurdo, al Caballo, al Herector, pero de todos modos no podía dejar ver que nos tenía miedo y por el contrario, que los temerosos teníamos que ser nosotros porque pisamos su calle. Aún con temor, él no podía rajarse tampoco. Los otros mocosos no nos conocían y de inmediato se pusieron atrás del Ches. Eran 7, nosotros 3. Que comience la fiesta.

- ¿Qué haces por acá Pitus?
- Nomás veníamos pasando.
- Nomás que aquí es territorio Tizón, no es la vecindad.
- ¿Ah sí?, es que estoy bien baboso y pensé que aquí era la vecindad también
- No te confundas Pitus.
- No te confundas tú pendejo, que venimos a que le bajes de huevos con la Perla.
- ¿De qué hablas cabrón?
- No te hagas pendejo Ches, andas de hocicón y a la Perla la respetas.

El dinero hacía respetable incluso a la puta de Perla. Ja.

El Pitus no dejó de caminar hasta que se topó de frente con el Ches, pero este cabrón no se hizo para atrás, tenía huevitos.

- Ya te la canté Ches, aquí te para el hocico o...
- ¿O qué chingados?
- O te partimos tu puta madre.

El primero lo dió el Pitus, era bravo. Chingadazo directo a la mejilla, entonces se le dejaron ir los otros cabrones. Ahí es donde Juan y yo entrábamos. A la primera me surtieron, no supe ni de dónde me llegaron los golpes y lo único que hice fue cubrirme con los brazos, pero no podía seguir así, tomé aire, me hice para atrás y acomodé el primero. Creo que le di a alguien en la cabeza porque lo sentí muy duro. Me dieron en las costillas pero no muy duro, me movía para todos lados, ubicaba al cabrón en turno y madrazos, patadas. Aquello era una sopa. Luego me acordé de una película y tiré una patada a la altura del estómago y con eso tuvo el otro cabrón para caerse y quedar sofocado. Agarre confianza y seguí. La adrenalina ya estaba al tope y no sentía los golpes, nomás me sacudían la cabeza o sentía patadas en las piernas.

Mientras el Pitus y el Juan parecían estar en un día de campo. No más veía como se tambaleaban los otros a cada golpe del Pitus. De repente dos corrieron para sus casas chillando, era el principio del triunfo y nos seguimos dando. Pum, pum. En una de esas me acomodaron un buen puñetazo que me apendejó y me caí. El Pitus y volteó y me gritó: ¡levántese cabrón! en el suelo no vale madre. Pero antes de que me levantara el wey que me lo acomodó se dejó venir. Se puso encima de mí y me empezó a dar de trompadas. Para un lado, para el otro, el otro, el otro... Pero que elevo las piernas, las paso alrededor de su cuello y lo jalo para el suelo. Lo desnuqué, nomás se hizo bola, se agarró la cabeza y empezó a chillar, otro se asustó y corrió también. Me levanté y fuí para con otro wey. El Pitus y el Ches estaban trenzados, el Juan abarataba a los que quedaban y le hice el paro, cuando de repente sacó el filero. Me asusté otra vez, no sabía de lo que era capaz el Juan, pero con eso tuvieron los mocosos para salir corriendo.

Lo demás ya fue puro trámite, Pitus ya tenía bien sangrado al Ches, quien decía que ya estaba bueno, que ahí moría el pedo, que ya le iba a bajar de huevos. Pero el pago ya estaba hecho. Yo no me quería meter, se estaban dando un tiro de solos, pero otra vez el Juan se metió.

- Pitus, ya dale, que van a venir las jefas.

Pitus volteó de reojo con Juan, regresó la mirada a su objetivo, agarró impulso y de un madrazo en la cara lo sentó. Luego, con una patada muy violenta le dió en la rodilla. El Ches, todo sangrado y amoratado empezó a llorar también. "Y ya le dije puto, no lo quiero volver a ver por allá" Pegamos carrera rumbo a otras calles antes de que llegaran las jefas o los azules, pero Juan se devolvió "Pérame, ahorita vengo, los veo en esa cuadra". Juan se regresó, el Ches todavía estaba en el suelo doliéndose, Juan sacó el filero, los ojos del derrotado cerrados por los puños ahora estaban bien abiertos; el de la navaja se acercó.

- Ya Juan, ahí muere, ya Juan por favor, no mames. Ya Juan. Ya Juan.
- Lo siento carnalito, son negocios.

El pendejo del Juan no sabía utilizar la palabra "negocios", se quería creer el mafioso, quería verse inteligente y chingón. Entendió de manera literal que la Perla no quería verlo caminando, y le clavó unos navajazos en una pierna.

Cuando regresó, muy altanero y soberbio dijo que ya había acabado el jale, que ya no teníamos que preocuparnos porque la Perla nos mandara madrear. De camino a la vecindad me iban echando carreta por que me habían dado buenos golpes y traía la mejilla roja, se burlaban y me decían que tendrían que entrenarme, y mientras me daban algunos consejos "Pega primero" "Agáchate" "A la nariz". Hasta que llegamos a la vecindad Juan nos contó lo que hizo. El Pitus le puso un cague, le dijo que cómo podía ser tan pendejo, que ahora los cuicos nos iban a estar buscando.

Llegué a mi casa muy pálido por lo que había dicho Pitus, y mamá Juanita me dió un pan. "¿Andabas otra vez de vago con Pitus? ¡Ay muchacho!, y mira nomás como vienes, de seguro te peleaste con los de la vuelta por una tontería". No mamá Juanita, es que me caí jugando futbol. Ella no me creyó por supuesto, me vió de reojo y negó con la cabeza. "Póngase a hacer su tarea, que ya es muy tarde".

Capítulo nueve

jueves, 15 de noviembre de 2007

Apagamos la luz, a ella le daba pena.

Era una de mis mejores amigas de la adolescencia. La conocí en la secundaria, recuerdo que el primer día lo primero que hice fui ubicar a la mejor fémina del lugar, claro, tenía que ir preparando el terreno y lo mejor era ubicar a la presa desde un principio, los buitres de segundo y tercer grado rondaban las filas de los de primer ingreso y era mejor adelantarse a sus garras rapaces.

Pitus y Juan habían entrado a la 2 porque decían que ahí había más desmadre, y tenían toda la razón. Al segundo día ya los habían suspendido, eran todo un caso.

Había llegado temprano a la escuela, dejé la mochila en el salón y salí a cotorrear con los amigos, pre-púberes tratando de descubrir sus nuevas adquisiones en forma de vello y espinillas. Desde la puerta donde estábamos alcancé a ver que se paraba el autobus, y bajaba una menuda niña de pelo castaño en medio de todas las demás. Estaba nerviosa, no sabía a donde llegaba y volteaba para todos lados a ver si encontraba alguna cara conocida. Yo la vi, pero ella no me vio.

Aun era yo una persona muy tímida, demasiado y aunque estaba dentro de mi el querer ser una persona más social, más abierta, me costaba mucho trabajo. Pero el simple hecho de verla hizo que la timidez se esfumara, algo totalmente contrario de lo que hubiera pensado que pasaría. Fue quizá su timidez, verla tan fragil o indefensa que yo que me hizo sentir fuerte. Dejé a mis amigos y me dirijí como un zombie hacia ella. Me vio, la ví. Hola. Hola. ¿Te ayudo con tu mochila?. No gracias es el primer dia, no traigo muchas cosas. ¿En qué salón te tocó?. 1ºD. Que mala suerte, a mi en el 1ºC, que al cabo están al lado. Sus mejillas dejaron escapar un tono rosado por la pena que sentía, y eso me hizo sentir mejor, pues de entrada no había sido un signo de rechazo, incomodidad sí, pero no de rechazo. ¿De qué primaria vienes?. De la 54 mixta ¿y tú?. Yo vengo de la Andrés Figueroa. Bueno aquí es mi salón, adios. Adiós, hasta siempre. Volteó con extrañeza y se metió a su salón. No hubo nombres.

Como no era muy social, nadie me dijo nada, es más, ni se dieron cuenta de a dónde había ido ni con quién. Así que con una sonrisa de oreja a oreja me senté a escuchar al maestro de Geografía al que en tan sólo dos días apodaríamos el Chore, por orejón.

La esperé a la salida, pero no la ví. Se fue demasiado rápido o se escondió muy bien. Así que al otro día llegué otra vez temprano. Y pasó igual que el día anterior, solo que esta vez ella venia platicando con una bola de patanes que se ofrecían en cargarle la mochila. Ella no se dejaba pero uno se la quitó para echarla a su hombro, le dijo que no fuera tímida, así que no pudo mas que aceptar. No me acerqué porque ahora sí me sentía frágil, me fuí a mi salón y no había sonrisa.

En el recreo la esperé pero salió acompañada ahora de otras niñas. Entonces me fui a comer solo a las escaleras. De un balonazo, no se si intencionado, me tumbaron el lonche así que solo me quedé con mi frutsi y con el hambre. Creo que fue mala leche, porque se rieron en vez de pedir una disculpa. En ese tiempo todavía esperaba ingenuamente una disculpa de las personas.

La salida era la hora adecuada. El maestro de Civismo dio por terminada la clase y yo pegué carrera hacia la puerta, ni siquiera anoté la tarea. El lastre de la mochila me hacia correr de manera torpe y aunque agitado alcancé a llegar antes que todos. Todo mundo comenzó a salir en estampida, cabezas por aquí y por allá, pieles morenas, cabellos lacios, olor a hormonas recién desempacadas. Y de entre todos no podía reconocerla, no la veía, no sabía dónde estaba. Caminé contra la corriente para ver si la topaba con ella, pero no lo logré. Derrotado partí del lugar hacia mi casa.

En la parada del camión ¿es?... no, se parece... ¡no! ¡sí es! ¡corre! ¡ya se va! ¡corre!. La mochila se batía en mi espalda, mis piernas de hule daban todo de sí ¡hey! ¡espera! ¡no te vayas! ¡hey!

Asustada volteó a verme, creía que con todo el peso de la mochila no iba a lograr deternme y me estamparía con ella haciéndo que nos fuéramos al piso en medio de todos los de la secun. Pero sí me detuve.

¡Hola ¿te acuerdas de mí?!. Silencio. Soy yo, el del primer día. Silencio... ¡ah sí! ya me acordé de tí. ¿Cómo te fue esta semana?. Muy bien y a ti. También bien. Platicamos algunas tonterías de los maestros y me preguntó: ¿Y cómo te llamas?. Yo respondí: me llamo... pero ella interrumpió: ¡Perdón, ya llegó el camión, te veo mañana!. ¡¿Cómo te llamas tú?!. Se subió al camión, estaba pagando su pasaje, luego volteó rápido y antes de que se cerrara la puerta gritó: ¡Elizabeth!

No lo olvidaría jamás. Elizabeth

Capítulo 8

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Perla, la nieta de doña Licha, aparte de ser piruja pertenecía a una banda de cholos que se hacíam llamar "Los pañales". Nombre bastante estúpido por cierto. Azucena, "Azu" para los compas, sólo se juntaba con una bola de mocosas que se querían sentir la crema y nata del barrio. Las dos morían por el niño rebelde y "malo" que le decían "Ches", un verdadero pendejo, presumido y pedante que se juntaba con otros mocosos y se hacían llamar los "Susto" y se dedicaban a montonear a otros morros.

Sucede que Perla y Azu querían echar pasión con el Ches, por lo que el idiota se sentía aún más soñado, deseado. Perla a sus 14 años ya era toda una maestra en el arte de pulir el cuete, por lo que se que ganó sin demora el aprecio del Ches. Azu se molestó bastante pues decía que ninguna negra le iba a arrebatar al Ches así que un día fue a ajerar a la Perla: "deja en paz a Ches pinche Perla o verás quien es la Azu" - "Uy sí, mira cuanto miedo te tengo pinche gata" Y en eso se terminó la premisa de lo que sería una buena pelea. Después de la amenaza Perla se ponía unas agasajadotas en frente de la Azu, nomás para darle más celos, pero Azu guardaba su distancia pues el Ches de una manera u otra seguía siendo novio de la Perla.

No pasó más de un mes cuando el Ches mandó directito a la chingada a Perla, cosa que Azu aprovechó y ni lenta ni perezosa se lo hizo novio. Perla había sido despechada y humillada en una misma semana, y una piruja de su talla no podía permitir tal falta de respeto. La primera que debía pagar los platos rotos era la pendeja de la Azu pues era la que interfería en el regreso de la relación enfermiza entre los dos adolescentes.

Apenas iban a dar las diez de la noche, estábamos todos en el barrio platicando en la calle, presumiendo de nuestros logros, de cómo habíamos logrodo huir de la chota, de quién había tirado más piedra ese día, más cois o más maría. En la vecindad ya hacían horas que las doñas estaban ejerciendo la profesión más antigua y el ambiente era como el de un día cualquiera.

A lo lejos justo por en medio de la calle y apenas iluminadas por una luz tenue del alumbrado público se alcanzaban a distinguir cuatro siluetas. Su paso era imponente, recio, con un objetivo; su presencia partía la calle en dos. Una flaca alta, otras dos siluetas anchas y una menuda que las dirigía. Era la Perla y las viejas de "los pañales". Sí, buscaban a Azu. A lo lejos el grito de guerra retumbaba el silencio:

- La que se va a tener que andar con cuidado eres tu pinche Azu, ya te tupió.

Ante la amenaza y para sorpresa de todos la Azu y sus amigas no se paniquearon, por el contrario, se irguieron haciendo notar sus apenas desarrollados senos y les contestaron:

- Pues ya me encontraste pinche negra, ahora a ver de a cómo nos toca.

Yo estaba recargado en la pared, pero al ver cómo se armaba la escena no pudo hacer otra cosa sino acercarme un poco al lugar y esperar a que empezara el show. Las leyes no escritas de la calle, no sugieren, sino que reclaman que ningún hombre se puede meter en las peleas de viejas, las peleas de mujeres son como las peleas de perros: prohibido meterse entre los contrincantes y atenerse a las mordidas, tú eres el que termina perdiendo.

Llegó la Perla a un escaso metro de distancia de la Azu, su esbelta figura de bronce, sus ojos razgados, su cabello negro lacio la hacían parecer una guerrera azteca. La puta europea le escupe a la prehispánica. La prehispánica no suelta una cacheta, le suelta el puño completo macizo como la roca y directo a los labios perfectos de la Azu. Comienza la fiesta.

La Azu se hace para atrás del golpe, la Perla va sobre la cabeza de su oponente y la toma por el cuello, la tiene bien sujetada y comienza a darle de puñetazos en la cabeza, Azu no puede más que golpear a Perla por los costados, ¡toma! directo a las costillas, le saca el aire a la morena que detiene sus golpes pero agarra de nuevo una bocanada de aire y continua moliendo la cabeza de su enemiga. De repente la esbelta figura de Azu logra safarse de los tormentosos brazos de Perla y antes de que ésta pueda reaccionar, Azu le acomoda un cabezaso en el pómulo, no fue suficiente como para abrir la carne de la indígena pero si para sacarla de balance, la gata europea saca las uñas y tira el zarpazo a la cara de su rival.

Los gritos de la multitud alentaban a una y a la otra, todos esperaban la pelea del año. Y de nuevo otro embate y los puños volaban de un lado para otro. En un descuidón Perla cae al suelo, Azu agarra una botella, fúrica y sin clemencia la estrella en el cráneo de Perla, el sonido del cristal, las astillas por los aires, todo el show era de primer nivel. Perla parecía derrotada y cuando Azu se acercó para darle el golpe de gracia, Perla agarró una piedra y se la estrelló en la cabeza. La puta europea se va para atrás y ve como hilos de sangre corren por su cabeza, su piel blanca pintada con el carmesí. La pelea había terminado, no hubo ganadora, incluso para los jueces sería dificil definir a la vencedora.

¿Fin? Pero por supuesto que no, es una pelea de mujeres, no de maricas. Perla arranca un pedazo de su blusa y la amarra a su herida. En ese momento mostró sus menudos senos enfudados por un corpiño. Todos se emocionaron y comenzaron a bufar, a aullar, a sacar su partr más animal y corear "¡chichis! ¡chichis!" Haciendo caso omiso Perla se dirigió a su oponente aún tirada en el suelo y cegada por la sangre en su cara. Comenzó a darle patadas por donde se pudiera, en las piernas, en los brazos, en la cabeza y de repente ¡zas! justo en las costillas, la niña de las pequitas se dolió y se puso en posición fetal, quería que una plascenta la protegiera pero no sería así. La de la raza de bronce siguió con su castigo una y otra vez, cada vez más cruel, más fúrica, más fuerte, demente. No paró hasta que escuchó cómo una costilla se rompía, hasta que la nariz era una mole, hasta que la cara era una volcán a punto de estallar. Las amigas de la Azu quisieron surtirse a la Perla por la espalda pero aquella había sido una pelea limpia, legal, nadie las dejó meterse, en cambio les dijeron que mejor se llevaran a la Azu al hospital antes de que se la cargara la chingada.

El Ches se sentía muy alzado al ver que se peleaban por él, pero ya le llegaría su hora.

Azu tenía los ojos color miel, sus mejillas eran rositas y estaban adornadas con unas pequeñas y numerosas pecas que también aparecían sobre su afilada nariz. Su cabello castaño caía suavemente sobre sus hombros y sus labios finos dibujaban una sonrisa que enternecía a cualquiera. A cualquiera menos a Perla.

Capítulo siete

jueves, 8 de noviembre de 2007

Hace unos días me tocó ser testigo de una pelea entre mujeres y no podría calificarla de otra manera sino: muy divertida, emocionante, sangrante, candente y por supuesto también sensual. Y recordé también las buenas peleas de las mujeres del barrio. Esas peleas eran muchas veces más interesantes que las peleas entre hombres, porque ahí no había nada de desgreñadas rascuaches, cachetaditas estúpidas o rimel corriendo por las mejillas porque ya estaban chillando.

Perla era una pirujilla recien graduada en la vecindad, era flaca como un palo, morena, de pelo lacio negro azabache con ojos un poco rasgados y méndiga como ella sola. A Perla ya le urgían los 18 años para poder darle rienda suelta al culo. Era hija de una teporocha del barrio, tenía 2 medias hermanas porque la mamá era puta de vocación y siempre andaba bien locota; ella también se llamaba Perla. La madre, cuentan en la vecindad, había sido una buena muchacha durante su adolescencia, no había terminado la primaria pero le ayudaba a su mamá en la tienda de abarrotes que tenían a media cuadra. Sucedió, pues, que un día se dio cuenta que era adoptada y su frágil temperamento no lo soportó, cayó en una depresión profunda y por supuesto que se refugió en las drogas. Jamás se repuso de aquel golpe a su psiquis y terminó siendo la teporocha del barrio. Su primera hija a quien llamó como ella, Perla, ejercía la prostitución desde muy pequeña y todo indica que fue por gusto. Jamás se quejó, por el contrario siempre estaba buscando clientes, amaba el dinero más que nada en el mundo.

Doña Licha era la abuela, una mujer muy respetable que con el paso de los años y el sudor de su frente había juntado algo de dinero y había terminado de pagar la casa donde vivían, o al menos donde a veces iban a comer su hija y sus nietas, siempre se hacía de la vista gorda aunque a leguas se veía a qué se dedicaban todas ellas. Era una mujer muy dura y todo mundo se preguntaba porqué no había podido controlar a su familia, quizá fue el amor de madre la que la cegaba y permitía cualquier clase de tonterías por parte de su hija y después sus nietas, quizá fue ese amor de madre que no tuvo la verdadera progenitora de Perla.

El último ser engendrado por Perla había sido un niño rubio al que llamó Miguel, "Miguelito" para todos los del barrio. Él era un niño bastante tranquilo o al menos nunca se supo que hiciera sus travesuras con todos los demás niños de su edad, quienes se dedicaban a no menos que quemar gatos con gasolina o estar haciéndo maldades a los vehículos estacionados de por la cuadra. A Miguelito le gustaba el fútbol pero no tenía un equipo favorito realmente, él siempre le iba a quien ganara, pero eso sí: nunca al América. No sabemos muy bien el porqué, quizá su padre que lo visitaba una vez al año le inculcaba el odio por el cuadro de Coapa.

Miguelito era un niño muy melancólico, y su madre Perla era muy cruel con él pues siempre le prometía que le hablaría a su papá para que lo llevara al estadio si él iba por "un encarguito" a la vecindad. El niño siempre llegaba corriendo muy feliz diciendo que su papá lo iba a llevar al estadio y que si por favor (porque era muy educado) le podían dar el encargo para su mamá. Crack. Adrián, el tipo sin escrúpulos le daba la piedra en una bolsita, luego le sacudía el pelo en forma de cariño y le decía que pronto lo iba a llevar a entrenar con el Atlas, porque él conocía al entrenador. Obvio también eran mentiras. El niño regresaba a su casa, le daba la piedra a su madre y le preguntaba que a qué hora iba a llegar su papá para llevarlo al estadio. Perla, ansiosa por fumar su porquería le contestaba llanamente que al rato.

Luego él se iba corriendo para la calle con su balón todo roto y se sentaba en la banqueta. "¡Migue! vamos a quemar este gato,¡vente!" "No puedo Luis, es que mi papá va a venir para ir al estadio" "Tú te lo pierdes".

Miguelito se quedaba horas sentado en la banqueta siempre volteando cuando se escuchaba el motor de un carro para ver si era su papá, pero él nunca llegaba. Las horas pasaban de manera tortuosa e incluso el sol se desesperaba y se ocultaba en el horizonte, pero el niño no perdía la esperanza de que iba a llegar su papá en cualquier momento. Su madre toda turulata le decía que ya era tarde y que no fuera vago, que se metiera ya a su casa. Miguelito decía que ya mero llegaba su padre, que ya lo había esperado mucho. Su madre salía en su asqueroso estado y lo metía a coscorrones, en su injusto castigo quería demostrar que en su casa había reglas como en la de cualquier familia respetable. "¡Te estoy diciendo que te metas cabrón, no seas maleducado!"En la cara se podía ver el sufrimiento pero solo cubriéndose de los coscorrones de su madre y sin decir palabra alguna se metía para su casa.

Así la historia se repetía al menos una vez a la semana, dependía de la loquera que trajera la madre, la puta de Perla. Si veías al niño sentado en la esquina era porque estaba esperando a su padre, escogía la esquina porque así podía ver al mismo tiempo las dos calles por si su papá se perdía o no se acordaba dónde vivía. O si no lo veías jugando futbol en la calle, era muy bueno para eso, siempre era el capitán cuando los otros vagos de la cuadra se aburrían de quemar gatos y decidían jugar futbol.

Ese día Perla estaba muy ansiosa, ya llevaba como dos días sin meterse drogas por falta de dinero. Al parecer ese día había logrado robarle algo de dinero a doña Licha y envió a Miguelito por el encargo. Miguelito dijo que siempre le decía lo mismo y su papá nunca llegaba, que ahora mejor primero llegara su papá y luego iba por el encargo. Perla no tenía ganas de discutir con el mocoso ingrato y amenazó con ponerle una chinga a su regreso pues sus ansias eran tantas que ella misma iría. Miguelito agachó la cabeza y se puso a patear su balón todo roto contra la pared de su casa. Perla se fue muy disgustada rumbo a la vecindad.

Miguelito se imaginaba que jugaba en primera división, que anotaba muchos goles como Hugo Sánchez y que pronto lo llamarían a la selección. En su imaginación ya había derrotado a los rivales más fuertes de la liga de futbol, él había quedado de campeón goleador, pero le faltaba lo más importante: ganar la copa. En su cancha imaginaria dejaba sembrados a los rivales pues no podían con la magía de sus pies. Uno tras otro se quedaba boquiabierto de cómo Miguelito dominaba el esférico y sin que pudieran hacer nada se dirigía a toda velocidad hacía la portería. Recorta al defensa central, le hace un sombrerito al lateral, ¡el autopase! ya sólo queda el portero ... Miguelito va por la copa, Miguelito va a anotar el gol que destruye empate, ¡Miguelito!, ¡Miguelito!, ¡Miguelito!, ¡Miguelito!...

El rechinido de las llantas era casi tan terrorífico como el sonido de la lámina del cofre golpeando el pequeño cuerpo que después azotaría de lleno con el cráneo en el pavimento. Silencio. Shhhh, Miguelito ganó el campeonato y está muy cansado, déjenlo dormir, él es el campeón goleador. Miguelito salió en los brazos de sus aficionados que lo vitoreaban por lograr el campeonato con tan sólo 5 años. Sus aficionados estaban vestidos de blanco y querían despertarlo, lo subían a un carro alegórico con una sirena en el techo, con sus farolas azul y rojo. Todo el barrio se arremolina a su alrededor para ver al campeón. Gritan, lloran, no lo pueden creer. Ahí están todos: su madre la teporocha, su Abuela desgarrada de la emoción, sus hermanas, Luis el que quema gatos, Pitus, Juan, Lover, Adrián... están todos, menos su papá.

Miguelito q.e.p.d.




Capítulo 6

lunes, 5 de noviembre de 2007

- Bueno que estás pendejo o que Pitus, no piensas cabrón, no piensas. De este par de pendejos ya me lo esperaba, pero ¿tú Pitus? Tú eres listo cabrón, tú si la armas, tú no eres como estos babosos de Lover y Juan.

Pitus tenía la cabeza agachada de vergüenza, su jefe lo estaba regañando. Juan y yo estábamos muertos de miedo y tampoco nos atrevimos a ver a Adrián a los ojos. Después del sermón que le dio a Pitus, nos agarró a cachetadas a los tres. No nos daba de puñetazos porque estaba ya muy inflado y decía que eso de los puñetazos era para animales y él era una fínisima persona por lo que nos cacheteaba con la parte exterior de la mano para no manchar su palma con nuestra sucia cara, aparte con los anillos enormes que traía nos dejaba el rostro todo machacado.

-Pitus esto me dolió más a mi que a tí, pero tienes que entender que negocios son negocios cabrón. Tu bien sabías que por la Alexxxa don Refugio nos iba a dar una buena feria, ya sabes como le encantan nuevecitas. Ahora voy a tener que ir con Chuy para que suelte a su hija, total, esa estaba apartada para don Martín pero ese está más pendejo, nomás la mandamos enlunada para que sangre y piense que fue porque la desquintó. Tú, pinche Lover, lánzate a llevar esta piedra, y no me salgas con pendejadas que me tienes encabronado.

Tomé el encargo todavía con la mano temblorosa y sobándome la mejilla con la mano izquierda. Quería llorar pero me aguanté como los meros machos, no iba a dejar que Adrián me viera llorar. Adrián se limpió con un pañuelo la mano y se fue para su casa. Nosotros nos quedamos quietos en medio del patio.

-Ya ven pendejos, les dije que no se metieran en lo que no les importaba. Sentenciaba orgulloso don Naty que había ido con el chisme al Adrián quien era también su jefe.

Yo nomás me le quedé mirando con ojos de pistola y me largué de la vecindad a entregar el encargo. Traía un coraje de la chingada pero hace mucho me había prometido no llorar y no lo hice.

Entregué el pedido a los limpiavidrios de una esquina. Por mi cara de pocos amigos no dijeron nada ni trataron de regatear como siempre, esta vez me dieron el dinero rápido y sacaron la pipa. -Fúmele compa pa' que se aliviane. -Nel, ahorita no.

Yo no le hacía a la piedra, esa madre estaba bien fuerte. Cuando llegué al cantón me encontré con Pitus y Juan. Nos sentamos pero nadie platicaba nada. Después de un rato el Juan se levantó y se fue para atrás del jardín, se metió entre las ramas y regresó con un papel aluminio hecho bola. -Dicen que sabe buena, que te aliviana. A continuación sacó unas canalas e hizo un cigarro todo malecho, de unas partes gordo de otras era puro papel, aún no era diestro en el arte de hacer gallos. Lo prendió y le dió una fumada, aguantó... aguantó... aguantó. Soltó el aire de golpe y nos pasó el gallo. Antes ya habíamos fumado pero solo tabaco, a veces por pendejos experimentabamos con cualquier tipo de hojas pero nunca con maría sabina. Me tocó el turno, le dí el golpe y aguanté el aire. Sentí como mis músculos se relajaban. Todo se convertía en una especie de mar de tranquilidad y la mente ya no era prisionera del vulgar cuerpo. Las cosas irradiaban luz propia y los colores resplandecían como nunca antes. El rojo ahora era rojo de verdad y no tinto. El amarillo le había robado al sol el resplandor. El blanco... era una inmensidad de pureza y el color ámbar en el cielo era miel derramada en la bóveda celeste adornada por algodones flotantes de todas formas. Ahora todo era uno. Se sintió bien... al diablo con Adrián, al diablo con don Naty, al diablo con Alexxxa. Bienvenido al mundo de las drogas.