Capítulo 38

lunes, 25 de agosto de 2008

Javier llevaba tres años pretendiendo a Sara, no era muy agraciado, tenía los brazos cortos, una espalda muy ancha de hacer ejercicio en el gimnasio y un cuello como de tortuga; pero eso sí, era muy amable con Sara además de gentil, noble, caballero... galante, no bebía ni fumaba.

Se desvivía por Sara, a cualquier hora iba a recogerla de la escuela, de su trabajo, de su casa y él siempre pagaba el pasaje del camión. No dudaba en ayudarle con su tarea de la escuela y ella siempre aceptaba ir a comer una nieve al parque con él.

Tres años día y noche a su merced. Durante ese tiempo Javier jamás se atrevió a declarle su amor a Sara aunque eso ni era necesario. Todo mundo lo sabía. Sara lo sabía. Quizá ella también lo amaba o es nada más que le tenía compasión y por eso durante ese tiempo Sara no había tenido un sólo novio, pero pretendientes no le faltaban pues, aunque no era muy bonita, tenía lo suyo y era una muchachita bastante decente y no salía con cualquiera, sólo con su eterno "mejor amigo" Javier.

El muchacho no me caía mal, de hecho jamás me había hecho una mala cara pero la verdad es que no nos caíamos bien. Su forma de vestir, de hablar y de sentirse un adonis de puro músculo (y un par de bracitos) me hacía sentir como una piedra en el zapato. El problema estaba en que nunca me había dado un motivo suficiente como para ponerle una chinga. Siempre es reconfortante pegarle una buena golpiza a los musculitos. Sí, tienen fuerza, pero están tiesos como un palo.

Entonces se me ocurrió. Era yo un hijo de puta. Sarita trabajaba en una tienda de ropa y salía todos los días a las ocho de la noche, ella era quien cerraba pues era trabajadora de confianza. Desde las siete con cuarenta y cinco Javier la esperaba afuera de la tienda y a veces la ayudaba a cerrar las cortinas. Justo en frente tomaban el camión y Javier la acompañaba hasta su casa. Esa era la rutina de los lunes, miércoles y viernes. Con el olfato fino seguí a mi presa. Lo primero fue hablar con los maestros: "¿qué pasa profe? necesito que me haga un favorcito... esta Sara... pues como que se me hace que no va a pasar la materia ¿o usted como ve profe?" "pues lleva nueve... pero tienes razón, como que no está aprendiendo lo suficiente" "es lo que le decía profe... ahí le va... para que se aliviane" "gracias Lover... tú si eres gente" Y así conseguí acercarme a ella. Después los pretextos para verla más seguido eran sencillos y estúpidos. Dos meses fueron suficientes. Dos meses para la muchachita decente.

Javier era pendejo pero no tanto, sabía que estaba pisando en su terreno y pronto comenzó a hablarle mal de mí a Sarita. Ella no le hizo caso. Javier me veía con ojos de pistola cada que nos topábamos y si antes no me mostraba respeto, ahora me despreciaba.

Era miércoles. Llegué a la tienda de ropa donde trabaja Sarita a las siete con veinte y le dije que la invitaba a cenar. Me dijo que no la dejaban sus papás, porque ya era tarde. Le dije que cerrara temprano y alcazábamos bien. Sí quería pero le gustaba que le rogara, y mi me encantaba rogarle. Por fin aceptó cerrar temprano, le ayude a bajar las cortinas y bajamos las pastillas para apagar la luz de todo el local. Y la oscuridad es siempre la mejor aliada para esos "jueguitos" y esos rosamientos "accidentales" que después se convierten en un acto de sexo un tanto... salvaje.

Mientras la tenía sobre el mostrador y la embestía lo más duro que podía ella se aguantaba para no hacer ruido y se mordía el labio inferior para no dejar escapar un sólo gemido, entonces me le acerqué al oído y le dije "no te reprimas... grita... eso me gusta" Y con mi dedo pulgar sobre su labio intenté abrir su boca. Luego ella ya no se aguantó las ganas y cantó para mi. Terminamos esa excelente sesión y le dije que se vistiera mientras yo salía a tomar un poco de aire.

Salí por la pequeña puerta de la cortina de metal y ví la calle vacía. Observé mi reloj y marcaba las ocho diesisiete. Todo marchaba perfecto. Eché una mirada y en la esquina de en frente, en la parada del camión vi una sombra y unos pequeños ojos que con rabia me miraban. En la mano derecha un ramo de flores sacudidas. El puño izquierdo bien apretado. La espalda ancha se hinchaba a cada respiro agitado. Yo me le quedé viendo mientras con la mano acomodaba mi cabello y le sonreí amistosamente. Luego salió Sara arreglando su peinado y cerrando apresuradamente la puerta. "Vámonos corazón... será mejor tomar el camión en la otra calle, aquí ya está muy solo"

Dicen los que lo conocen que Javier le iba a declarar su amor a Sara un miércoles. Dicen que como siempre estuvo ahí a las siete cuarenta y cinco. Dicen que lo encontraron el jueves todo borracho y orinado... que tuvieron que llevarlo a la cruz verde para que le bajaran la borrachera.

Y Sara... de ella ya no supe nada después del viernes.

5 comentarios:

Akane dijo...

o.o

mi dijo...

oiga, iba a leer las entradas recientes, pero has hecho algo que la obliga a una a leer desde el principio..

muy bien.

Lover dijo...

Gracias "mi" y sírvase desde el comienzo.

Anónimo dijo...

un hombre bien hombre que utiliza a una mujer para darse varios gustos... entre ellos la venganza.

Algunas cosas no deberían de existir.. combinadas.

Priscila dijo...

Q cabroncito saliste!!!