Capítulo 42

viernes, 17 de octubre de 2008

El negocio de las prostitutas siempre fue nuestra mejor y más segura fuente de ingresos. Con las prostis no había tanto problema como con la droga. A los policías les gusta incautar la droga para alzarse el cuello y decir que ya decomisaron tal o cual cargamento. Luego sacan las fotos de algunos gatos que atraparon y con eso, según ellos, han hecho su trabajo. En un mes salían los gatos del pintón, parte del decomiso sería consumido y revendido por los azules. Para que hacerle tanto al cuento.

En cambio, esos mismos azules que decomisan la droga se dan por bien servidos con un buen jale por parte de las señoras meretrices. "A ver Suleika, quiero que le hagas un jale de campeonato aquí al comandante" y con eso dejaban de molestar por algún tiempo.

Me gusta contar esta historia cuando hablo de putas.

Cuando Adrián subió al trono del Barrio 14, con él vino el apogeo de las pirujas. Como he dicho siempre, la regla fue que debían ser mayores de edad. Nosotros apenas éramos unos chamacos nalgasmiadas cuando comenzamos en el bisne del padrotismo.

Cómo no teníamos ni dinero ni la estatura para manejar un vehículo debíamos llevar a las pirujas en nuestras bicicletas hasta el lugar de la "cita". Obviamente para entonces el servicio se daba apenas en los barrios cercanos . Cobrábamos 30 pesos. Sí, 30 pesos. Aunque claro eso fue mientras se aclientaba el negocio, después el precio se fue a las nubes y a nosotros nomás nos subieron como 5 pesos de propina.

Y allí iba el Lover en su GT cromada con "diablitos" en la llanta de atrás donde iba montada una señora gorda con un mini vestido, un escote de pulmonía, los labios rojos sangre, los párpados azules y los chapetes rositas como cochinito. Uno de verdad hacía pierna llevando a semejante trozo de amor.

Tenia un cliente que por lo menos cada dos semanas nos solicitaba las atenciones de Doña Celeste. Era un trailero que vivía con su mamá y con su hermano. Bigotón, prieto, panzón y buena persona. Siempre trataba de regatear pero yo nunca accedí a bajarle ni un peso.

"Pinchi Lover, tan chamaco y tan duro para el bisne" Me sacudía la cabeza con su regordeta mano y sonreía dejando ver su dentadura amarilla e incompleta.

Cada que iba por ella al terminar el servicio salia con el vestido todo chueco, despeinada, con el maquillaje corrido y oliendo a sexo rancio, aunque en ese entonces no sabía que ese olor tan rancio era el olor del sexo entre un camionero y una prostituta.

Un día ya no quiso ir. "¿Luego doña Celeste? no le pagan bien" "No Lover, ps si no es por eso, me gano buenos centavos... pero ese pinche trailero es muy bestia" Si Doña Celeste ya no le entraba al jale yo dejaba de ganar la propina así que me fuí de volada a casa de don trailero, hablé con él y quedamos en un acuerdo. Luego regresé por Doña Celeste, la convencí y la llevé de vuelta.

Cuando fui por ella ya que terminó su servicio ya no andaba tan despintada ni con el vestido tan chueco. "¿Cómo le fue en el servicio Doña?" "Pues yo no sé que le dijiste Lover... pero siendo así hasta todos los días... es más ahi te van dos pesitos para el refresco" "Gracias Doña". Y yo sudando la gota gorda por pedalear con todo ese peso y ella con una sonrisa en el rostro llegamos a la vecindad.

Capítulo cuarenta y uno punto dos

jueves, 2 de octubre de 2008

Siempre habíamos evitado la palabra "matar" y la habíamos cambiado por "quebrar", el motivo era psicológico: matar lo hacían las bestias, quebrar lo hacían los profesionales; y nosotros no éramos unas bestias.

Las entrevistas de "trabajo" casi siempre eran las mismas.

- ¿Cuántos van a ser?
- Nada más uno.
- ¿Es cabecilla?
- No, es un pendejo.
- ¿De qué barrio es?
- De ninguno.
- ¿Por qué lo quieres quebrar?
- Eso no se pregunta carnal.
- A mí si me gusta saber, si quieres que te haga el jale tienes que cooperar.
- Porque se pasó de lanza con mi hermana.
- ¿Qué le hizo exactamente?
- La embarazó.
- ¿Y nomás por eso quieres quebrarlo? a cuántas viejas no has dejado embarazadas tú cabrón. ¡Imáginate! A la mayoría ya nos hubieran quebrado... no chingues.
- Pero yo no las he drogado.
- ...
- ¿Así ya cambia verdad?
- Eso sí, así ya cambia. Dame la foto y dime donde lo topo.
- La dirección me la sé, pero la foto la dejé en el carro. Deja voy por ella.
- Está bueno... pero te voy a vasculear otra vez, no me vayas a salir con una chingadera.
- No, no, cómo crees.
- Órale pues, no te tardes.
- Carnal ¿y ese cuico que está haciendo a un lado de mi carro?
- ¿Cuál cuico?
- ¿Me quieres poner un 4?
- No digas pendejadas... ¿cuál cuico?
- Pues ese que está ahí parado a un lado ¿es de tu nómina?
- Yo no veo ningún cabrón.
- ¿Me estás poniendo un 4?
- Ahí no hay ningún pinche cuico.
- Fijate bien ahí esta parado el hijo de su puta madre...

Se paró de la silla, miró fijamente por la ventana y en ese pequeño lapso de distracción aproveché para sacar la navaja que había puesto a lo largo de mi fajo por la cara de adentro.

- Shh shh shh... calladito cabrón... calladito.
- No te pases de...
- ¿De qué?... shhh... esto es para que tus chalanes aprendan a vasculear bien para la otra, lástima que para tí ya no hay otra vez.
- ¡PARO!.

Corté de tajo la garganta. El chalan entró de repente pero un tiro le perforó la nuca. Pitus también hizo bien su trabajo

Habíamos quebrado a uno de los mejores. El mensaje estaba dicho, Pitus y yo íbamos por el puesto. El Barrio 14 decía presente.