Capítulo 18

lunes, 4 de febrero de 2008

Éramos vagos para el fútbol. Pitus era el delantero que taladraba las defensas, Juan era el defensa que no dejaba que ni polvo pasara, yo armaba el juego, "Loversinho" decía mi playera en la parte de atrás.

Nuestro uniforme no era profesional, lo que hicimos fue agarrar cada quien una playera blanca totalmente limpia de imágenes y con un plumón permanente le pusimos el número y el nombre en la espalda. "Loversinho 28", "Juan 13", "Pitus 10". El Mario era el carrilero estrella, defendía, atacaba y centraba, era el más cabrón del equipo, el 7 se marcaba en su espalda. El "Pulpo" en la portería, era un apodo reciclado de un portero de la primera división mexicana. El número 1 demostraba que había quien parara las bolas. Alex acompañaba a Pitus en la delantera, jugaba como para equipo grande. De hecho alguna vez le ofrecieron mostrarse en el Atlas, pero prefirió estudiar.

El torneo donde participábamos estaba organizado entre los barrios más bajos de muchas ciudades del país. Lo organizaban los "chulos" y las apuestas se cotizaban en varios miles de pesos. Nuestro equipo portaba orgulloso el nombre del barrio: "Barrio 14". Adrián decía que era nuestro patrocinador y entrenador, pero la verdad es que ni nos daba dinero y de futbol sabía un pito, por lo que sólo le decíamos que sí a todo, pero no hacíamos nada de lo que mandaba. Entonces el futbol era para verdaderos cabrones, no como ahora que son una bola de nenas. El verdadero Rey de los Deportes, y que no me vengan los yanquis con su beisbol, tan horrible y aburrido.

Al más puro estilo de Maradona, algunos se metían una línea antes de cada partido. No eramos el único equipo en la liga que lo hacía, no por nada le llamaban la "Liga del Diablo".

Los árbitros no tenían que formar parte de ningún barrio, por lo que eran contratados por fuera. La "Liga del Diablo" ya tenía mucho tiempo realizándose, por lo que la nada buena fama había hecho que encontrar árbitro fuera un calvario, pocos le entraban a pitar en la Liga. Se tuvo que hacer un pacto entre barrios para que los árbitros fueran intocables, y más o menos se cumplió con la promesa.

La cancha era por lo general en alguna unidad deportiva de la colonia. Por la nuestra había dos, la "Cancha de Tierra" que era casa del "Barrio 14" y la "Cuatro Canchas", que era para los "Cabañas 13". Jugábamos los Domingos, y a veces los Viernes por la noche. Gracias a que había fería de los chulos, teníamos faros chingones para iluminar el juego.

Durante 20 fechas habíamos movido bien la bola, desbaratado defensas y nos habíamos agarrado a chingadazos al menos 15 veces. Estábamos en segundo lugar en la tabla general y cotizábamos bien las apuestas. A la delantera le pagaban por gol, a la defensa por cada partido a cero y a la media no nos daban ni madres, aunque no es por presumir, pero éramos los que dábamos el juego. Si estábamos mal en la media, nos metían goles y no había balones para que la delantera metiera. Pero la verdad, es que nunca nos pasó eso.

Describir cada uno de los partidos que jugamos sería muy tedioso, por lo que iré al partido que de verdad importa: la gran Final.

La Final de "La Liga del Diablo" sólo podía tener una cede: Tepito. El equipo del barrio de Tepito había estado en el primer lugar de la tabla desde la fecha 1 hasta la 20. Entraban duro a la pelota como los italianos, tenían a dos armadores que la movían cual brasileños, la delantera taladraba como los ingleses y más que todo eso tenían al jugador número 12 en su equipo: a su afición.

En el corazón de Tepito se erige imponente un pequeño estadio al cual los tepiteños le llaman "El Maracaná". No estoy seguro de cuánta gente le quepa, pero sin duda era el más grande en el que habíamos jugado, pero no lo suficiente como para albergar a toda la afición de Tepito. Las gradas se desmoraban, estaban manchadas de sangre de añejas peleas, de refresco ya seco, de capas y capas de mugre. La cancha estaba circundada por una reja de alambre de unos dos metros, estaba maltratada, caída y chueca en varios puntos. Las porterías eran una obra de arte por si solas. Los marcos eran de madera, estaban pintados de blanco sin embargo apenas se notaba pues estaban rayadas con plumones de todos colores, con mensajes para el equipo contrario, con placas, grafiti, crews. La red de la portería estaba roida, avisaba que los cañoneros de tepito tiraban fuerte. El pasto sintético de la cancha ya no existía en su mayoría, más bien eran plastas de color negro, y sólo en algunas esquinas se lograba ver algo de color verde. Las rayas blancas que delimitaban la cancha parecían haber sido pintadas hace 30 años.

El partido empezaba a las 5 de la tarde. Llegamos al DF a las 7 de la mañana, pues viajamos de noche en autobús. Estábamos en la gran Capital. Imponente, enorme, sucia, contaminada. El ardor de los ojos comenzaba dos horas después de bajarnos del autobús. Pasamos la mayor parte del día en un parque de la ciudad, compramos tortas de tamal para desayunar y un atole. Aquello parecía engrudo en la garganta, pero había que probarlas. Por la tarde compramos quesadillas sin queso, porque allá hay que pedir las quesadillas con queso, más bien eran tacos, pero los chilangos se empecinan en llamarles "quesadillas".

Faltando una hora para el partido nos dirijimos al Maracaná. Ahí fue cuando sentimos el rigor de Tepito. Tuvimos que ser escoltados por los gatos de los chulos que organizaban la liga, porque para el simple hecho de llegar al Maracaná teníamos que cruzar medio barrio de Tepito. Mientras ibamos a través de la gente, nos gritaban chingaderas, nuestras madres fueron y vinieron no sé cuantas veces, nos dieron jalones de greñas y muchos nos tiraron patadas a las espinillas. Algunos de nostoros nos tomamos la precaución de ponerlos las espinilleras desde antes, otros como Mario se la aventaron así, por lo que llegó todo amoratado y justo antes del partido.

Despues de un rato tuvimos de frente el estadio, pero no podíamos contemplarlo más que el tiempo en que llegábamos a la puerta sur. Al fin llegamos y nos metimos por una pasillo muy oscuro y que mostraba la salida directa a la cancha, que en ese momento era el lugar más seguro. Trotando como los soldados, atravesamos el pasillo oscuro y pusimos nuestros pies dentro del Maracaná. Imponente y ruinoso a la vez, transmitía la rabía de los tepiteños, podías oler el odio hacia el equipo rival. Todos nos quedamos asombrados con aquel escenario. En el equipo nadia hablaba, hasta respirar era incómodo. Al lado de nuestra portería ya nos esperaba un reducido grupo de aficionados que nos recibieron con los más pintorescos insultos. Golpeaban la malla de manera furiosa y el estruendo del metal nos anunciaba que aquello no sería ni mucho menos un partido amistoso.

El Maracaná se comenzó a llenar rápidamente, los cánticos, los insultos, el metal, el movimiento mismo del inmueble entraban en una ritmo melódico que se lanzaba justo a nuestro caracter.

...Ya valió madre. Dijo Mario.

1 comentarios:

Akane dijo...

ya escribe cabron, que acaso piensas que puedes tratarnos como perras y dejarnos?


XD!!
saludos n.n"