Capítulo treinta y tres

lunes, 14 de julio de 2008

Por supuesto que las habladurías de Adrián no me había convencido de nada. No lo haría por ganar prestigio, nunca lo hubiera hecho por eso.

Lo hice porque Adrián tenía mi palabra. Si había algo que valía de mí en este mundo era mi palabra y desde antes ya me había forjado la idea de que mis promesas se cumplirían a toda costa, sin importar las consecuencias. Era precisamente aquello lo que hacía que pensara muy bien las cosas, que midiera mejor las consecuencias.

Siempre he creído que jurar es para cobardes que no tienen el coraje para cumplir su palabra. Jurar es como amarrarse una piedra a los pies y decir: si no puedo volar, entonces me lanzo al río para morir. El que tiene el suficiente coraje no necesita de la piedra y si no logra volar se lanza al río y no intenta nadar, se deja hundir por propio peso hasta el fondo. La piedra te hunde con su peso y la cuerda te impide llegar a la superficie aunque nades ¿entonces dónde esta el valor? En cambio una promesa requiere todo de ti.

Prometí pagar y lo haría.

Saqué el revolver .45 Era el arma más segura que tenía. No se encasquillaba y sería casi imposible que sobreviviera a un boquete del tamaño que deja. Cacha de marfil, cañón de acero cromado. Me quedé sentando en mi cama admirando aquella pistola que en unas horas cortaría las últimas cadenas que me mantenían aferrado al cielo y que trozadas me daban el pase al infierno.

Pitus se ofreció en secreto a hacer el trabajo por mí, a manera de justificación dijo que estaba yo muy pendejo para ese trabajo. No quería que me condenara. Le di las gracias y le dije que eran cosas que yo tenía que hacer. Me dijo que no era necesario, que nadie se daría cuenta. Una vez más le di las gracias y le dije que lo haría yo. Me dijo que pusiera la mano rígida como tabla para que pudiera disparar más rápido la segunda bala.

Encontrarlo fue sencillo. Alguien con un carro tan arreglado y con la música a tan alto volumen no puede pasar desapercibido. Lo difícil sería agarrarlo sólo o en su defecto tener espacio para correr y esconderme. Opté por lo segundo.

Ocho balas. Dos para el objetivo. Seis para quien se interpusiera. La calle que hacía cerrada era perfecta. Mejor aún porque las cuadras eran pequeñas así que podría dar vuelta por muchas para perderlos. Tenía que dejarlos atrás por 5 cuadras para luego llegar a San Alfonso que era tierra de nadie. De ahí tomar taxi en la avenida y bajarme en Cabañas 13. De Cabañas 13 contactarme con el Loncho que me llevaría al Barrio 14 por las calles que parecían laberinto.

Bang. Bang. La mano esta vez no se fue para atrás, como había dicho Pitus y fue más rápido disparar la segunda bala. Aunque con la primera había sido suficiente. Gritos de las mujeres, maricones escondiéndose y hombres buscando sus pistolas. Corre hacia la esquina mas cercana, da vuelta ahí y ve paso rápido cubriéndote con los carros, manten esa velocidad y no voltees. Se escuchan los balazos detrás, el corazón comienza a latir tan rápido que sientes que se te va a salir del pecho o que va a explotar, es hora de saber si tienes nervios de acero. Deprisa, vuelve a dar vuelta. Ahora la imagen de la victima en tu cabeza una y otra vez, así es como te miraba mientras jalabas el gatillo, es extraño ¿no?. Corre, no voltees o te atrapan. La sirena que escuchas es de un accidente en la avenida, no vienen por ti, la paranoia te puede cegar. Cuidado, se escucha un carro detrás de ti, ¿ves esa casa? será mejor que brinques esa barda o te dejarán como coladera. Bien, sigues siendo ágil como cuando subías árboles. Por la azotea ahora, cuidado con el perro, gruñe demasiado. Bang, era necesario, el perro te demoraría. No pares, no pienses, no calcules. Corre y sólo corre. Te están viendo los de la tienda de abarrotes, pero tú no voltees a verlos, sigue el plan. El carro acaba de cruzar la calle que está detrás de ti, si te vieron estarán pisándote los talones en menos de un minuto, pero si le dieron la vuelta a la cuadra te estarán esperando en la siguiente calle. Entonces ¿Atrás o adelante? Juégatela y sigue derecho, aún tienes cinco balas, no pongas tu dedo en el gatillo o por los nervios podrías jalarlo accidentalmente y desperdiciar balas o dispararte tu mismo. Allá está San Alfonso, la avenida principal siempre está llena de gente, por el otro lado los carros que te buscan. Guarda la pistola, ya es hora de que cambies de playera, sí, lanza la que traes encima en ese baldío. Desabrocha la gorra de tu cinturón y póntela, detén ese taxi. Tira tu cartera en el piso del vehículo, de esa manera irás agachado y el taxista no sospechará mucho que te estás escondiendo. Ya es suficiente, llevas cinco minutos buscando tu cartera y el taxista se va a parar para ayudarte a buscarla. Dile que ya la encontraste. Ya casi están en Cabañas 13. Ya, lo lograste. Nadie de otro barrio se atrevería a meterse a Cabañas 13 a esa hora.

Por fin Loncho. Te llevó por las calles y llegaste a la entrada de la vecindad.

Bienvenido, el Barrio 14 te esperó todos estos años.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Algunos toman el camino más fácil para demostrar que son mas y mejor ... pero en este relato, no es el camino fácil... fué el mas corto.

me quede con el estómago pegado a la espalda... y el corazón desorientado. excelente relato.

Lulu dijo...

Uta madre hasta pude ver el sudor de tu frente y sentir tu respiracion agitada.

Aun asi eres un amor de persona un lindo hermoso

Besos