Elizabeth y Mamá Juanita eran las únicas personas que me llamaban por mi nombre, no le gustaba decirme Lover.
- Pssst pssst *****, pásame la 2.
- La dos es la "b"
- ¿La "d"?
- No, no, la "b"
- ¿Cuál?, ¿"b" ó "v"?
- ¡La de "burra"!
Creo que lo dije demasiado alto porque el maestro Toriz me escuchó. Me quitó el examen de biología y me sacó a la chingada del salón. Chingado, toda la noche estudiando el tema del sistema digestivo y excretor para que me saquen. Además ya casi terminaba, pero yo no era de los que le suplicaba a los maestros por misericordia. Le dejé el examen sobre el escritorio y me salí sin hacer berrinche. Crucé el patio y llegué a la pequeña cancha de fútbol que teníamos, era un lugar lleno de tierra y piedras con unas porterías de madera. Cuando jugabas fucho todo el polvo se te metía a los pulmones y entre la corredera de mocosos se hacía un polvareda tan espesa como la niebla.
Junté unas piedras y comencé a lanzarlas contra la pared para sacar un poco el coraje. Después se escuchó el timbre que anunciaba la libertad por el resto de la tarde. Caminé de regreso al salón todavía algo encabronado y recogí mi mochila. Ya se habían ido casi todos. Salí por la puerta principal y ya iba caminando para mi casa cuando alguien me tocó el hombro.
- ¡Perdón *****! por mi culpa te quitaron el examen.
- No hay pedo Eli, me la pela la biología y el pinche Toriz. - exclamé de todos modos un poco molesto.
- De verdad lo siento *****, es más, te invito una nieve del parque de los taxistas.
- No gracias Eli, de verdad que así está bien.
- ¡Por favor!
- Mmmm, ándale pues, nomás porque tengo mucho calor.
El parque de los taxistas estaba como a 4 cuadras, llegamos relativamente rápido. En el camino me contó que el examen estaba bien difícil, y que seguro iba a reprobar. Le dije que para la otra mejor yo la ayudaba a estudiar, y seguro pasaba. No por nada me decían el Lover.
- Me da una mediana de vainilla y fresa por favor.
- Para mí una chica de fresa y yogur.
- ***** pide una mediana o una grande, ya te dije que yo te la invito.
- No Eli, luego se me espanta el hambre.
- La de él grande.
- No en serio Eli es que...
- Nada, ya te la pedí, me voy a enojar si no te la comes.
- Ja, gracias Eli.
Nos fuimos caminando hasta su casa y platicábamos cualquier tontería, criticando a las personas y haciendo maldades de pubertos. Nos divertíamos mucho juntos. Ella me contaba de sus días en en su pueblo, que le gustaba corretear gallinas y que su abuelita, cuando hacía caldo de pollo, no les arrancaba la cabeza para matarlos, sino que le daba unos balazos. Sus papás se habían venido a estudiar a la ciudad y aquí se conocieron. Pero ellos seguían teniendo sus costumbres de pueblo, así que su papá era muy celoso e iban todos los Domingos al templo.
- ¿Tú vas al templo los Domingos?
- Sí, con Mamá Juanita.
La verdad es que sí iba por respeto a Mamá Juanita, que era también muy religiosa, pero yo al entrar al lugar ese ponía mi cuerpo en piloto automático mientras que mi mente ideaba nuevas maneras de hacer negocios. Ahora habría doble motivo para ir al templo, pues iría a tirar rostro con Elizabeth.
Cuando casi llegábamos a su casa, en la esquina estaban como 5 cabrones como dos o tres años más grandes que nosotros. Yo no les tomé importancia, pero Eli se quedó callada y hacía como le comía a su nieve, pero la verdad es que lo que quedaba en el vacito de plástico ya era pura agua. Los 5 cabrones se me quedaron viendo y balbucearon algo que no entendí, me hice pendejo y seguí mi camino.
- Adiós chula, a ver si ahora sí te animas a salir con hombres y no con niños.
Me detuve y los volteé a ver por el rabillo ojo. Elizabeth me jaló de la mano y me dijo que no les hiciera caso, que eran unos pendejos. Me tragué el coraje y seguimos derecho. Los tipos se empezaron a reir en voz alta.
- ¿Quiénes son esos weyes?
- Unos pendejos.
- Ya sé que son pendejos, pero ¿te molestan?
- No, ni los conozco, nunca los había visto. Ya, no les hagas caso.
Yo sabía que me estaba mintiendo, sí los conocía y sí la molestaban, pero no me quería decir, no quería que me metiera en problemas. Pero era una mala época para que la gente deseara que no me metiera en problemas, era época de la fundación de Lover, y después de dejarla en su casa, me regresé por dónde veníamos.
- Ahí viene el niñito que ya dejó a su amiguita en su casa. -Dijo el lidercillo cuando yo iba pasando.
- Ja, pendejos...
- Uuuuy, ¿el niñito se siente muy salsa?
En eso me volteo bruscamente y me le acerco.
- Bájale de huevos pirata, y no estés molestando a Elizabeth.
- ¿Qué? ¿Eres su noviecito o que chingados?
- ¿Y qué si lo fuera?
- ¿Muy bravito pinche mocoso?
Se me acercó de pechito y en seguida todos sus compas se pusieron a mi alrededor.
- ¿Se sienten muy bravos porque son muchos?
- Cállese pinche mocoso, o le rompemos su madre.
- Al tiro cabrones, de a uno.
- Pinche morro joto, Edgar, mándalo a la chingada. - Sugirió un wey de la bolita.
- Nomás porque me agarraste de buenas pinche mocoso, pero donde te vea por aquí, te parto tu madre.
Y los cabrones me aventaron a la calle. En eso llegó una señora que vio toda la acción, me dijo que no fuera pendejo, que me iban apartir la madre, que eran más y más grandes que yo. Me agarró del brazo y me acompañó hasta la parada del camión, detuvo a uno y me subió medio a huevo.
Me bajé unas cuadras después bien encabronado y me fui a la casa. Mamá Juanita me dijo que me fuera a comer. Le dije que no tenía hambre, que al rato yo me servía. Y no era el coraje el que me había quitado el hambre, era más bien que quería mantener por más rato el sabor del helado de fresa y yogur.
Capítulo diecisiete.
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Capítulo 16
Hace ya muchos años en la vecindad vivía una señora ya algo grande. Le encantaba tener pájaros de todas clases: canarios, pericos australianos, conguitas, palomas y tenía un perico hablador al que le había puesto Barry White, por aquello del cantante negro que tenía el vocerrón.
Barry White era un perico muy escandoloso, realmente no sabía muchas palabras y todos en la vecindad, cuando doña Ana sacaba al perico para limpiarle la jaula, se le arrimaban y lo forzaban a que dijera "quiero una galleta". El pinche perico nomás se movía de un lado a otro sobre el palo en que estaba parado y echaba unos gritos bien espantosos. Lo único que sabía decir era "guapa", lo más seguro es que doña Ana en toda su vanidad y egolatría le haya enseñado sólo esa palabra para que se la dijera una y otra vez a todas horas.
Yo ya estaba un poco mayorcito, ya no era un mocoso, por lo que las maldades o travesuras ya no estaban en mi caja de monerías. Pero esi sí, había unos morros bien vagos en la vecindad que les encantaba hacer desmadre. Como el Barry no quería hablar o decir lo que los morros le decían, seguido le daban de comer chile, porque el mito era que con chile aprendían a hablar los pericos. Doña Ana se ponía unas encabronadas y seguido correteaba a los niños con la escoba y más de una vez sí le dio un descontón a alguno.
Doña Ana tenía un sobrino que le decían el Pollo, ya saben, en todos los lugares siempre existe alguien con el apodo "el Pollo". El tipo era un bueno para nada, no hacía encargos, no se dedicaba al bisne, hacía como que estudiaba pero siempre andaba en la pinta y de repente le daba por jugar fútbol en la calle, pero de ahí en más era un parásito aparte de que era bien tizo. Era de eso cabrones bien enfadosos cuando se metían perico y les agarraba una euforia que a cada rato lo metía en pedos, pero siempre le partían la madre. Era un pendejo.
Un jueves, doña Ana fue al tianguis a surtirse de despensa, eran como las 11 cuando el Pollo llegó bien locote a la vecindad. No sé de dónde había sacado fería, si había robado, asaltado o se encontró la feria tirada, el caso es que bien prendido llegó a la vecindad a querer comprar un poco de amor. Pero las putas eran madres respetables por las mañanas, el jale empezaba por ahí de las 7, así que todas lo mandaron a la chingada.
- Ese mi Lover, ando bien jarioso bato ¿consígueme oso no?
- Pinchi Pollo cabrón, tan temprano y ya andas loco.
- Ps es que me salió feria y compré unas camisas. (bolsas con un gramo de coca)
- Ese, pero apenas son las 11, no mames, ya sabes que aquí los jales son hasta las 7.
- No seas culero Lover, te doy comisión, consígueme una reinita.
- Nombre Pollo, ahorita no puedo tengo unos bisnes, pero ve con la del 11, a veces se avienta jales mañaneros.
- Chido ese, dejame voy que traigo ponzoña.
Ni la del 11 le quiso hacer el jale al Pollo, argumentó que tenía que ir al tianguis también y que si quería por ahí de las 4 se armaba. Pero el Pollo andaba calientísimo, y no se podía aguantar hasta las 4.
El mundo lo obligó, él no tenía la culpa, incluso estaba dispuesto a pagar por el favor, pero ni así quisieron ayudarlo en su pena. La vecindad es cruel, ¿qué no lo ven como está sufriendo? ¿por qué ignoran su deseo? ¿a caso no es digno ni de un palito mañanero?. Ustedes son los culpables, todos son los culpables.
El Pollo se metió a la casa de doña Ana, pues él también tenía llaves y tuvo que descargar su veneno en aquello que en ese momento era lo que le ofrecía aquel calor que necesitaba sentir en su pene, aquella presión diferente a la de su mano. ¿Los canarios? no, a esos no había por dónde, ¿a las palomas? lo intentó, pero aún era muy pequeño. Barry, el tiene el tamaño mínimo necesario, sí, sí, Barry White es el desafortunado.
Lo folló con vehemencia, el periquito apenas gritó los primeros minutos, pero después se quedó callado y todo flojo. El Pollo con un rítmico atrás y adelante descargaba todo su veneno en el ave, no pararía hasta satisfacer sus deseos animales. Cuando por fin se corrió en un éxtasis inmenso, disminuyó la fuerza con la que sostenía a Barry y este cayó al suelo. Después de unos minutos en cuclillas que disfrutaba de aquello, limpió el semen con su camisa. Al ver al ave ahí tirado, intentó ponerlo de nuevo en su jaula, pero Barry apenas movía cabeza y no se podía sostener en pie.
Asustado el Pollo pegó carrera de la casa. Justo cuando abrió la puerta, doña Ana iba llegando, lo saludó pero éste corrió muy rápido. Doña Ana no se imaginaba lo que a continuación vería dentro de su casa, en la jaula más grande que tenía. Ahí, tras los barrotes blancos que coartaban la libertad del periquito, había un cuerpo color verde todo flácido. Dejó caer las bolsas del mandado y apresuró el paso para ver la terrible escena. El ave estaba encima de un pequeño charco de sangre la cual emanaba en un pequeño hilo justo desde su ano. Aquella sangre también estaba mezclada con un líquido blancuzco.
Del sufrimiento, el espanto y la dolorosa travesía al veterinario mejor no cuento. Doña Ana le metió unos putazos al Pollo cuando se lo topó en la calle.
Barry, el periquito, estaba en una veterinaria en una sala de rehabilitación. Aún estaba vivo cuando lo llevó con el doctorsito. Dicen que la escena era horrible, dicen que aunque tenía todos los cuidados médicos, el periquito ya no tenía ganas de vivir, estaba todo desganado y muy triste... le habían robado su honor. Y cómo no iba a estar desganado, si el doc dijo que le habían desgarrado todas las entrañas al pobrecito de Barry.
Barry ya no luchó, ya no quería y una semana después abandonó este mundo. Larga vida en el cielo de los pericos a Barry White.
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Capítulo quince
El robo de autopartes es la parte más baja de la pirámide de criminales. Es por lo que debes empezar para ir escalando. Es el campo de entrenamiento. Aunque es un gran paso el de ser repartidor a lacra de autopartes.
El trabajo es fácil y no te expones demasiado. Además practicas muchas cualidades necesarias para futuros trabajos. Tienes que vencer el miedo para hacer la daga en la vía pública, debes entrenar la vista para tener una visión panorámica de lo que está sucediendo. Debes ser sigiloso como un gato para no levantar sospechas. Debes ser hábil con las manos para no tardar mucho tiempo. Debes aprender del tacto para no romper las piezas.
El Topo era uno de los más experimentados ladroncillos de autopartes que rondaban por el barrio. Era un maestro en el arte de desmontar piezas. Para las lunas (retrovisores) sólo necesitaba tres segundos. Para las polveras 5 segundos. Para los faros un minuto. Llantas de refacción 2 minutos. Era, sin lugar a dudas, el mejor. El problema con que haya sido el mejor es que jamás se atrevió a escalar la pirámide. Siempre se quedó en el rango de ladrón de autopartes, ahí se sentía cómodo, ahí era el rey.
Chuy era herrero, amigo perico, hierbero y chemo, pero eso sí: muy honrado. Claro, compraba robado, pero él no hacía dagas. Llevaba algunos meses juntando dinero para comprarse una buena nave, decía que así podía hacer jales de herrería por otras partes de la ciudad; cuando junto el dinero suficiente compró una caribe algo vieja y reumática, pero jaladora la cabrona. La equipó con un sonido calientito que le acababan de quitar a un yupi y se escuchaba de poca madre. El Chuy cerraba la herrería a las 6 pm, y a las 7 ya estábamos todos trepados para dar el rol por el barrio. El carrito estaba coronado con una hermosa luz de neón en el techo, traíamos la fiesta dentro. Pasábamos por las calles gritándole a las morritas: "¿a dónde vas muñequita?¿te llevamos? Aquí cabes reinita." "Esa tiene mejor defensa trasera que tu carro mi Chuy." "Adios sabrosita, a ver cuando le pegamos al taconazo", "Creo que en nalgotras ocasiones nos habíamos visto" "¡Suuuufro!"
"Ahora sí Pitus, saca el monte" Cerrábamos las puertas y le echábamos calor al toque. Aquello se convertía en un horno enorme y nos ponía bien motorolos. Buena música, luces, ganja... era una disco movil. Buenos tiempos.
Un día llegamos a la casa del Chuy justo como la tradición lo marcaba: a las 7 pm. listos para el rondín del día. Cuando salió de su casa se le veía agüitado.
- ¿Luego mi Chuy, ps que pasó?
- Ps que me robaron el sonido, carnalito.
- Chingado Chuy, pero ahí querías andar por toda la ciudad haciendo jales... ya sabes que hay mucha lacra.
- No carnalito, la daga fue aquí en el barrio, porque hoy no salí para nada.
- ¿Aquí en el barrio? Nel Chuy, aquí no pudo ser, tu sabes que somos ley.
- De huevos Lover que fue aquí.
- Yo creo que te equivocas, ya sabes que aquí somos banda, pero como sea, si fue alguien del barrio hoy mismo sabemos.
Del primero que sospeché fue del "Tira". Un lacra del barrio de arriba, hace tiempo que traíamos pedos con esos locos. Estaba cabrón ir a la casa del "Tira" porque era barrio ajeno, pero ni pedo, así debían ser las cosas. Lo topamos afuera de su cantón, en cuanto nos vieron llegar todos se pusieron gallos. Le preguntamos al Tira que si se había pasado de listo en el 14, dijo que no. Estuvimos presionándolo buen rato, pero negaba y negaba. Al final nomás lo dejamos advertido.
Ese día no logramos ubicar al que se chingó al Chuy, habíamos fallado, pero las cosas no se iban a quedar así. Al otro día estaba yo en mi casa comiendo y viendo televisión, cuando llegó el Dany: "Lover, el Topo anda vendiendo un estéreo así y así. " En chinga fui a buscarlo y no lo ubicamos, andaba desaparecido haciendo la finanza. Me llevé al Dany con el Chuy para que le dijera como era el estéreo, el Chuy dijo que estaba seguro que aquél era su estéreo. El mensaje fue dado: al que vea al Topo, entreténgalo un rato.
Al día siguiente estaba yo tirado en el sillón de la sala viendo la televisión otra vez, entonces otra vez llegó el Dany y me gritó desde la calle: Lover, que ya agarraron al Topo. En chinga me levanté, me puse los pantalones y unos tenis, salí sin camisa a la calle y fuimos a donde tenían a la lacra. Cuando llegué ya lo tenían hincado. Me le puse de frente, le pregunté mirándolo a los ojos y con voz golpeada:
- ¿Qué pasó pinche Topo?, ya supimos lo del carro del Chuy
- No Lover, como crees, ya les dije a estos pendejos que yo no fui.
- Ya rajaron wey, tu fuiste. ¿Dónde esta el estéreo?
- Ya te dije Lover, me confunden, me tienen mala leche.
- ¡Mis huevos cabrón! ¿Tengo la cara de pendejo o que?
- No Lover, ya sabes que somos compas.
- Te lo voy a preguntar una vez más culero, más te vale que no me tires labia. ¿Dónde está el estéreo?
Se quedó callado por un instante sin verme a los ojos, tenía la mirada fija en el asfalto.
- ... No ps... lo vendí cabrón.
- Ya nos vamos entendiendo... entonces danos el dinero.
- Ya me lo chingué... compré escorpión.
- Hijo de la chingada, ¿pues que ibas a una fiesta de tacuche o que? Pendejos como tu comprando escorpión. Sabías que era el carro del Chuy, y también sabías que en el barrio nadie se pasa de lanza.
- ¡Pues sí sabía!, ¿y qué? ¡necesitaba tizarme cabrón, ya tenía calambres! - gritaba el Topo.
La raza coreaba: "¡ya! en su madre Lover, tu eres el primero en dar el putazo". El Topo pensaba que éramos amigos nomás porque lo saludaba:
- Cámara mi Lover, que me pongan en mi madre los otros si quieren, pero tú ¿te vas a meter? Tú y yo somos compas. ¿Te vas a meter?
El cabrón como estaba hincado me miraba para arriba con ojos de perro triste. Estaba haciendo un drama digno de telenovela.
- Tu y yo no somos más compas que la chingada.
Y le solté un rodillazo en la frente, luego otro en el pómulo. La banda se prendió y se avalanzaron contra el lacrilla tirado. Le llegaron a patines, una lluvia de puntas de tenis que se estrellaban en todo su cuerpo. Incluso hubo quien le tiró un par de pedradas. El cabrón nomás se cubría la cabeza y chillaba para que ya lo dejaran. La raza se prendía más y más. Hasta que un colérico Chuy salió desde atrás de la horda y gritó: ¡Aguante raza! que va la mía.
Chuy traía en sus manos un pinche tubo, agarró vuelo y con todas sus fuerzas lo golpeó. Un "crack" nos anunciaba que le había quebrado el brazo izquierdo, y le siguió dando por todos lados. Los tronidos de huesos silenciaban a la raza, su carne ya parecía una pulpa.
En eso se escuchó una sirena, los azules habían llegado. Corredero de cabrones a sus casas, al Chuy lo agarraron al principio pero les metió dos tres madrazos y alcanzó a correr. El Topo yacía en el suelo todo amoratado y chillando, se le salían los mocos del pinche llanto del cuerpo y del alma. Tardó tres semanas en salir del hospital. Tardó toda su vida para olvidar aquella putiza.
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Capitulo 14
- ¡Lover! que dice el Adrián que vayas con el Negro a llevarle una camisa blanca.
- ¿A dónde?
- Pues a su cantón, a la Maldita.
- ¿A la Maldita? ¿eso dijo el Adrián?
- Simón.
Hijo de su puta madre.
La Maldita Vecindad estaba dos cuadras a la vuelta del barrio. El mote se lo habían ganado a pulso todos los que vivían en ese pinche lugar. Hace muchos años, cuado el Barrio 14 y los Pañales rifaban en la colonia, la Maldita era apenas un montón de casas de ladrillos apilados, ni enjarre tenían. La mayoría de la personas que se habían asentado en ese lugar venían de lugares marginales. Personas que huyeron de sus pueblos para buscar el progreso y un mejor futuro en la ciudad. Al final no encontraron sino más miseria. En la ciudad no encontraron trabajo, se llenaron de hijos y no tenían ni para comer. Eran 9 los que iniciaron.
Los padres de familia no podían hacer otra cosa más que lo que toda su vida se habían dedicado: a la agricultura. Pero ni los frijoles, ni el maíz daban lo suficiente como para no morirse de hambre. Sembraron entonces a María Sabina, y vieron que era bueno. Fueron 9 los primeros repartidores de la mois, niños de apenas 7 y 8 años lo que comenzaron con el negocio. De esos 9 al final quedaron 5, entre los que se murieron y los que agarró la tira. Todos ellos eran unos malditos. Esos 5 tuvieron los suficientes huevos para acabar con el 14 y los Pañales.
Pasaron los años y los productos que se vendían en el lugar se ampliaban cada vez más. Mois, cois, cristal, ácido, LCD, anfetaminas, heroína, crack, opio. Cualquier droga que te imaginaras se encontraba fácilmente en la Maldita. Pero para entrar en la Maldita tenías que ser recomendado por alguien. No podías llegar así nada más. Aquello era una fortaleza. Ningún cuico podía siquiera rondar por ahí. Nadie de otros barrios, nadie sospechoso. Aquellos que lo intentaron desaparecieron así nada más.
Los mitos que se corrían por la colonia, es que aquellos malditos echaban los restos de sus víctimas a los perros de pelea que tenían, la gente en el pueblo dice que la sangre los pone bravo. Decían también que tenían túneles que los sacaban a casas de seguridad que tenían en colonias de los alrededores. Que cada casa era un laberinto. Incluso del Adrián sentía máximo respeto por la Maldita, sin embargo su fortaleza era su debilidad: todos eran una unidad, no había un lider que manejara el bisne.
El Negro era el hijo de uno de los 5 Malditos. Manejaba un taxi y se dedicaba al asalto de trailers de electrónicos. No tenía sentido que le compraran piedra al Adrián, ellos podían conseguirla más barata y a veces ellos mismos le distribuían al Adrián. Guardé la piedra en un papel. Lo pegué con cinta por la parte de adentro de mi playera a la altura de la espalda y justo en medio. Ahí nunca te revisan los cuicos, aparte sólo eran dos cuadras, agarré mi shimano y llegué de volada a la puerta.
En seguida sentí la hostilidad de los morros de mi edad que estaban cuidando la puerta.
- ¿Y tú a que vienes cabrón?
- Vengo con el Negro.
- Mira nomás, ¿y qué? a poco crees que vas a pasar así de a grapa
- No pos' me mandó llamar el Negro, ve dile a él.
- Saca una linea puto, y pasas a buscarlo tú.
- No traigo ni madres, nomás el encargo del Negro, si quieres te lo doy y tu te arreglas con él, le cobras tu comisión.
- ¿Muy pinche listo? ... Chino, háblale al Negro, dile que aquí esta el putito.
Me prendí. Si hay algo que no tolero es que me digan "putito". Así, en diminutivo. Pero me las aguanté, no podría ni correr.
- Que se pase.
- Orale, ya oiste, aquí dejas la baica.
- No, no mames, me la llevo.
- Que la dejas - sacó el filero, y me lo puso en las costillas.
Ni hablar, tuve que dejarle mi bicicleta. La Maldita era sucia, las casas tenían enjarres desgastados y los cristales de las ventanas estaban pintados con pintura negra. El olor a perro inunda el ambiente y escuchas gritos, ladridos y demás sonidos de animales. Al fin llegué a la puerta 10. Estaba abierta y del fondo se escuchó la voz del Negro que decía que me pasara.
- Pásale pinchi Lover.
- No ps aquí te manda esto el Adrián.
- Ahí déjalo en la mesa.
- Son 200 varos.
- A chinga', pues que me trajiste base o que?
- No ps eso me dijo el Adrián.
- Pinche usurero. Eso me pasa por no preguntar antes, órale, ahí te va. 250 con tu propina.
- Gracias Negro.
- Lover, antes de que te vayas... te tengo un jale.
- Ya sabes que yo trabajo para el Adrián.
- Sí sí sí, pero ese pendejo ni te paga bien. Yo te ofrezco un buen jale, me han dicho que eres bueno para los encargos.
- No ps sí, pero no quiero meterme en pedos.
- Cabrón, ya sabes que conmigo tienes el respaldo de la Maldita.
- Gracias Negro, pero no.
- 300 varos por entrega ¿cómo ves?
- Es mucha feria, pero ya sabes que yo soy del 14
- Del 14.... ¡mis huevos! ¿Quién tumbó al 14?
- No ps la Maldita.
- ¿Entonces cabrón? no me ofendas pinche Lover.
- De veras Negro, ahorita está bien con la feria que me paga el Adrián.
- Si serás pendejo... 350 por entrega y al mes te voy a dar 5 gramos para que le eches finanza.
Titubié por un momento, 350 pesos por entrega era un chingo. Adrián me daba 50 pesos por entrega. 5 gramos los podia vender en 100 pesos cada uno, 500 morlacos extras. Eso era la feria. Pero era muy pronto para hacerme de pedos con el barrio. Adrián fácilmente podría tronarme en una entrega, y aunque era mucha feria, tardaría al menos 2 meses en conseguir la feria para un buen cuete. 2 meses pelón y con el mote de traidor en el 14. No, no era buena idea, tendría que irme a vivir a la Maldita, y eso era una mierda.
- Gracias mi Negro, de verdad, te portas a toda madre, pero ya sabes. Doña Juanita no se va a salir del 14. Ya está muy grande.
- Pero si la Maldita Vecindad tiene donde los alojemos, chingado.
- Ya sabes que mamá Juanita tiene sus ideas, le gusta el 14.
- No pues, siendo así, ni hablar. Nomás cierra el pico con el Adrián, no queremos broncas ahorita.
- No te preocupes Negro, pico de cera.
Tardé un rato en que me dieran la bicicleta porque los muy cabrones se estaban paseando en ella. Pero ni madres que me la quitaban, ya cuando estaba prendido el asunto salió el Zurdo, otro de los que se quedaron con la estafeta de los Malditos. "Órale cabrones, ya denle su baica, el morro vino a hacer bisne con el Negro" Enseguida me dieron mi bicicleta y pegué carrera. Llegué oliendo a un sudor rancio por los nervios y porque el ambiente de la Maldita se impregna en la ropa.
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Capítulo trece
Durante algún tiempo las cosas habían ido bien. El negocio de la droga nos dejaba suficiente feria como para darnos muchos lujos. La situación con el Adrián era estable y todo estaba bien.
Estaba hasta que Alma, una de las tipas con las que solía meterme llegó a decirme que estaba embarazada y que yo era el culpable. A mi edad no me pasaba por la mente ser padre y mucho menos hacerme cargo de una pendeja y un morro que ni estaba seguro de que era mío, pero de todos modos en ese entonces todavía quedaban algunas migajas de consciencia dentro de mi.
Martín era uno de los nuevos matones que estaban bajo las órdenes del Adrián. Era moreno, usaba un bigote apenas visible, medía 1.85 y fácilmente me doblaba en fuerza. Estaba bastante tronado. Por alguna razón yo le caía muy bien, y desde que comenzó en el jale me buscaba para salir a tirar cotorreo, a mi también me parecía que era buen pedo.
El problema es que él tenía una necesidad de mi aceptación que sobrepasaba lo que era normal. Comenzó regalándome relojes, ropa, auto estéreos y demás cosas robadas. Al principio me pareció bueno, pero después ya no tanto, comencé a dudar de que lo hiciera de buena fe o que no esperara nada a cambio, por eso me fui alejando de él poco a poco, ponía paros como qué tenía que llevar mercancía y que no querían gente que no conocieran. Pero lo que creí que sería la pinche solución, no hizo otra cosa más que complicar todo.
Martín se enteró de que Alma decía que estaba cargada por mi culpa, y sabía que Alma no me iba a dejar tan fácil, la cabrona sabía que yo movía buen varo y quería su tajada. No quería dejar hijos regados y tengo que aceptar que eso me aturdía y no me dejaba aclarar la mente para hacer bien los jales, en una de esa casi se me sale un tiro y mato a un cabrón.
Una tarde estaba platicando con Pitus y con Juan, estaba pidiéndoles consejo para saber que hacer con la pendeja de Alma, porque yo decía que ese morro no era mío. Ellos decían que la hiciera abortar "ve a San Juan de Dios con las yerberas, diles que quieres hacer que le baje rapido a una morra, ellas ya entienden de que se trata el bisne; nomás no vayas a cometer la pendejada decirles que quieres hacer un legrado, porque te van mandar a la chingada." No estaba muy seguro del pedo, pero la neta era lo más fácil. En eso llegó el Martín con una pinche sonrisita que no me gustaba para nada, saludó a mis compas y cuando llegó conmigo me agarró del hombro, se me acercó al oído y en voz baja y risueña me dijo: "ya no se preocupe mi Lover, ya se arreglaron los pedos." No sé porqué me imaginé de inmediato que este wey había hecho una pendejada. "Cuales pedos pinche Martín". "Ahorita ya está descanzando tres metros bajo tierra mi Lover. " CHINGA TU PUTA MADRE RE CABRÓN. Yo estaba en shock, no quería entender de que me hablaba, pero por más que lo negara, yo ya sabía perfectamente a quien se refería. Todavía el muy cabrón me dice: "no me lo agradezcas, eso fue de compas".
Hacerla abortar era una cosa, chingarse a los dos de una sola vez era demasiado vil incluso para nosotros. El imbécil de Martín creía que haciéndome el favor de desaparecer a esa vieja iba a recuperar mi amistad, él creía que yo estaba enojado o algo y por eso, en su diminuta mente había tejido que eliminando a la Alma iba yo a agradecerle y le iba a invitar unas líneas. Pitus y Juan se nos quedaron viendo, Pitus nomás movía la cabeza de un lado para otro como despaprobando lo que había hecho Martín, como diciendo: te pasaste de verga.
Yo sentía una rabía que me quemaba, un pinche fuego que se avivaba con la risa estúpida del Martín. Ya no lo pensé más y me le deje ir a puros trompos. El primero se lo acomodé en el hocico, Martín se sacó de pedo porque no sabía ni lo que pasaba, el segundo a la cara y dio lona. Me le trepé y no lo dejé ni respirar, nomás sentía como se machacaban mis nudillos con su cara. Ni el Pitus ni el Juan se metieron, no sé si por miedo a que también les tocaran unos putazos o porque sabían que Martín se lo merecía. Por último le apliqué el golpe con sello "Lover", lo agarré de los cabellos y azoté su cabeza con el pavimento. Me levanté bramando todavía como un pinche toro y le grité: ¡eso es para que no andes decidiendo por mí, hijo de gran puta! Le tiré una patada en las costillas y me fuí.
Martín se quedó en el suelo con los ojos rojos clavados en mí. Martín era un pasado de verga, por algo lo había reclutado el Adrián, por algo era mi compa... pero ahora tenía que temerle. Sin embargo, en esos momentos no tenía tiempo para tenerle miedo, esos momentos eran para complar unas flores... para rezar por sus almas, para rezar por las nuestras.
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Capítulo 12
Ese día era su boda con el puto cadetito. Se fue rápido de la habitación para maquillarse, peinarse, vestirse y todas esas pendejadas. Ya hace mucho que el cadetito y yo nos conocíamos, él estaba en el escuadrón antinarcóticos.
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Capítulo once
Después de apagar la luz, me acerqué lentamente a la cama. Ella estaba sentada, distinguiendo mi silueta contra la luz que entraba por la ventana. Cierra la cortina. Me levanté y cerré la cortina. La oscuridad era completa, ahora para poder llegar a la cama otra vez tenía que ir tanteando con las manos al frente y dando pasos cortos con el pie derecho dirigiendo el camino. No estaba acostumbrado al acomodo del cuarto.
Cuando por fin regresé a la cama pude notar su presencia, su calor. Mi mano atravesó el mar de sábanas hasta que llegó a su pierna tan suave. Ella se estremeció un poco, sentí que intentó quitarla pero inmediatamente la regresó a donde estaba. Mis manos curtidas después de tanto tiempo, tantos callos malditos que no me dejaban sentirla en todo su esplendor. Volteé la mano para poder tocarla con la parte externa que era más sensible y seguí mi camino. Luego en el hombro derecho sentí las caricias de su mano, luego en el cuello. Mi mano ya estaba en su cintura, su otra mano en mi hombro izquierdo. Ahora tocaba su espalda y con delicadeza la atraje hacia mí.
No besé directamente sus labios, primero besé su mejilla. Incrementé la fuerza del abrazo y sentí sus senos contra mi pecho. Mis labios buscaron su oreja y exhalé en ella. Mi lengua en su lóbulo derecho. Y por fin ella hizo lo suyo para con mi cuello.
Tomé con delicadeza su seno y pasé toda la palma extendida de mi mano, su pezón pasó por en medio de mis dedos y el pulgar le regresó la gentileza. Por fin mis labios tocaron los suyos y su dulce aliento me invadió. Fundidos en la negrura de la noche, irradiando luz propia.
Después toqué sus piernas, pasé mi mano desde la rodilla hasta la entrepierna pero no toqué su sexo. La tomé de la cintura para voltearla, le pedí que se pusiera de pie y cuando lo hizo la abracé por detrás. Besé su espalda baja y sus nalgas tan firmes, besé cada centímetro de ellas mientras acariciaba su ingle. Eso le gustaba.
Se volteó en un arrebato de sensaciones y me tumbó en la cama de nuevo, se sentó encima de mí y comenzó a besarme todo. Luego su mano tomó mi miembro firmemente y comenzo a moverla rítmicamente. Besé sus senos; con la lengua escribia una "o" en sus pezones rosados. Hubiera querido tener mil brazos en ese momento. Mi mano fue directo a su pubis y acaricié el terciopelo.
La giré y ahora fuí yo el que quedó encima de ella. Besé su vientre, su ingle... la besé. Y mientras subía lentamenta de nuevo por su vientre, sus senos, su cuello... mis brazos iban abriendo sus piernas. Al mismo tiempo que llegué sus labios la penetré. Dejó escapar un pequeño gemido y noté que no podía seguir besándome por unos momentos. Me hice para atrás, luego para adelante suavemente. Exhaló de golpe. Y la historia se repitió una y otra vez.
Explotamos casi al mismo tiempo, pero no paré y apenas unos segundos más tarde también lo hizo ella. La besé para absorver su gemido, en parte para que no nos escucharan... en parte para quedarme con su alma. Todo lo negro de la noche se convirtió por esos instantes en una luz cegadora que al igual que la oscuridad nos envolvía a los dos, aferrados como uno sólo. Luego nos quedamos ahí tendidos, sin hablar. Estaba exhausto, pero dormir podía hacerlo cualquier otro día. Estuve ahí abrazándola y respirando el olor de su cabello.
Amaneció, ella tenía que irse. Yo no tenía tanta prisa así que la observé vestirse, justo cuando iba a abrochar el último botón de su blusa, se quedó muy quieta mirando por la ventana. Me paré y me acerqué para ver lo mismo que ella. Pero no estaba viendo lo que hay fuera, sino lo que estaba dentro y dejó escapar unas lágrimas. La abracé por la cintura y le susurré: no es tu culpa... es que estabas muy sola... es que estabas muy sola.
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